El gobierno en Al-Ándalus

territorio del emirato omeya dependiente de Damasco

Emirato omeya de Damasco (712-756). La dinastía omeya extendió el territorio islámico desde su capital, en Damasco, hasta los confines de Occidente. A principios del siglo VII, las tropas de Muza llegaron hasta el océano Atlántico y desde el norte de África conquistaron la península ibérica, siendo una provincia más desde entonces del gran califato omeya de Suleimán en Damasco. 

Como emirato dependiente de Damasco existía en la península un emir o gobernador. El primero fue el hijo de Muza, Abd Al-Aziz Ibn Muza, designado por el califa omeya, y los siguientes fueron nombrados por la autoridad cercana que tuviera más fuerza, que no era siempre el califa. La inestabilidad de los nombramientos se hace patente si se tiene en cuenta que en los cuarenta y cuatro años de este emirato dependiente se sucedieron más de veinte gobernadores. 

Los habitantes de la península, como antiguos campesinos dependientes de los latifundistas godos, se vieron libres y fue este grupo social de los pobres campesinos el que sufrió una transformación más profunda. De hombres dependientes pasaron a ser libres, de hablar en latín pasaron a hablar en árabe, y de ser cristianos pasaron a ser musulmanes. Todo ello derivó en matrimonios mixtos, educando a sus hijos en el islam.

territorio del emirato omeya de Córdoba

Emirato omeya de Córdoba (756-929). La caída de la dinastía omeya en Oriente, al ser derrotada del califato de Damasco por los abasíes tras una gran matanza, llevó al único superviviente omeya Abd Al-Rahmán I el Emigrado a huir hasta el territorio de Al-Ándalus, concretamente hasta Córdoba, donde procedió a crear un emirato independiente de la nueva capital abasí, Bagdad, cortando los lazos políticos con los abasíes. Se le nombró emir en Archidona y sus sucesores siguieron la tarea de consolidación del Estado con capital en Córdoba

Hay que destacar entre los gobernantes del siglo IX al cuarto emir independiente, Abd Al-Rahmán II (822-852), que llevó a cabo una modernización del territorio de Al-Ándalus, incorporando numerosos elementos orientales. Como parte del reforzamiento del Estado, este emir no solo se preocupó de recaudar más impuestos y ampliar el ejército, sino también de fundar nuevas ciudades importantes en la península como Úbeda, Murcia y Jaén

En la segunda mitad del siglo IX, la familia de los Banu Qasi en torno a la ciudad de Zaragoza, el conocido como Ibn Marwan en la zona de Badajoz, y Omar Ibn Hafsun centrado en Bobastro (Málaga), estuvieron a punto de terminar con el poder omeya del entonces emir Muhammad I. Solo el poder fuerte del octavo emir omeya Abd Al-Rahmán III, ya en el siglo X, consiguió poner fin a esas revueltas y reunir de nuevo en sus manos el territorio de Al-Ándalus.

territorio del califato de Córdoba

Califato de Córdoba (929-1023). La autoproclamación del rango de califa por parte del omeya Abd Al-Rahmán III significó alzarse hasta el mismo nivel del califato de Bagdad con todo lo que ello conlleva, tanto religioso como político, en competencia con el califato abasí y el nuevo califa del norte de África. Bajo el califato de Abd Al-Rahmán III (929-961) se puso en práctica una política de intervención directa en el norte de África, por la competencia directa con los fatimíes no sólo ideológica sino económica y de prestigio militar. Se tomaron como bases los puertos de Algeciras, en la costa ibérica, y de Ceuta y más tarde Melilla, en la africana.

Con el califato de Al-Hakén II (961-976), su hijo y sucesor, se consolida el estado califal cordobés y por ello, anteriormente en el año 936 se ordenó construir la fastuosa Madinat Al-Zahra, surgiendo de la nada, concentrando rápidamente el poder político del califato en esta nueva ciudad. Esta época del califato en Al-Ándalus fue de gran esplendor, conseguido mayormente gracias a la pacificación del territorio y a la reorganización de los ejércitos. Se llevó a cabo una muy inteligente política exterior con contactos políticos y comerciales con los reinos hispánicos y el resto de Europa, así como con el imperio bizantino y, bajo gobierno de Al-Hakén II, se entablaron buenas relaciones con el califato fatimí del norte de África. 

Bajo el gobierno de Hisham II (976-1016), sucesor de Al-Hakén II, como éste era todavía niño, el protagonismo lo tuvo su hayib o primer ministro, conocido como Almanzor, siendo un genio militar que mantuvo en jaque a los cristianos del norte llegando a entrar en León, Pamplona, Barcelona o Santiago de Compostela. Éste también continuó la política seguida en el norte de África desde los tiempos de Abd Al-Rahmán III, asentando las bases de su poder en el Magreb. Almanzor fallece en el año 1002, tras llevar a Córdoba a la cumbre de su gloria con gran esplendor cultural y artístico. Entonces se suceden más de dos décadas de problemas sucesorios sin poder asegurar el orden ni el progreso que antes consiguieron Abd Al-Rahmán III y su hijo Al-Hakén II.

En el año 1018 se formó una coalición de príncipes taifas para colocar como califa a un bisnieto de Abd Al-Rahmán III. Fue jurado en Xátiva como Abd Al-Rahmán Al-Murtada y para ello juraron Mudafar de Valencia, Labib de Tortosa, Jairán de Almería, Zohair de Murcia y los poderosos de Lérida, Zaragoza y Badajoz, así como Muyahid desde Mallorca. Poco después el califa Alí Ibn Hammud fue asesinado por sirvientes de los omeyas y los berberiscos nombraron como califa a Qasim Ibn Hammud, hermano del difunto, que habitó el trono hasta el año 1023 ya que el jurado en Xátiva fue traicionado por Zaragoza y Almería.

Poco después, el mismo Abd Al-Rahmán Al-Murtada fue asesinado por órdenes de Jairán en Guadix y fue nombrado califa Abd Al-Rahmán V o Al-Mostadhir, un omeya que sería también asesinado por su primo, Muhammad Al-Mustakfi, padre de la afamada poeta Wallada y al que le ocurrió lo mismo y tuvo que huir siendo envenenado en Uclés. El siguiente califa estuvo al mando desde Málaga hasta que todo desembocó y terminó dividiéndose el califato en pequeños reinos de taifas, enfrentados además entre ellos dando lugar a un mayor empuje por parte de los reinos cristianos.

territorio del reino abbadí de Sevilla

Reinos de taifas (1023-1091). El periodo de los reinos de taifas suele definirse como un momento de debilidad e inestabilidad política y militar en Al-Ándalus, un territorio dividido en pequeños reinos que vivían amenazados por dos poderes en alza, los reinos cristianos del norte, sobre todo con el rey castellano Alfonso VI, y los bereberes del sur. Las cortes taifas del siglo XI proporcionaron de sí mismas una imagen donde la literatura y el arte, además de las ciencias, servían para consolidar el poder de los soberanos otorgándoles la legitimidad que les negaban los campos de batalla. 

En algo más de una década se fueron configurando estos Reinos de Taifas o Muluk al-Tawa'if que, en una visión normativa, se agruparon en torno a tres grupos étnicos que dominaban la realidad social andalusí a principios del siglo XI: saqaliba o eslavos, bereberes y árabes o andalusíes. En las zonas meridionales, con mayor presencia norteafricana, fue donde se establecieron linajes bereberes que se convirtieron en reyes independientes y fundadores de pequeños Estados prestigiosos en lo económico, cultural y artístico, pero débiles en lo político y militar debido principalmente al enfrentamiento entre ellos y a la incapacidad de crear vínculos que posibilitaran su mutua defensa frente al creciente y amenazante enemigo del norte.

Se proclamó la independencia paulatina de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza, formándose en principio un total de 27 reinos de taifas, aunque algunos fueron desapareciendo, incorporándose los más pequeños bajo los más poderosos. La ostentación del saber, la emulación de modelos califales y sus referentes orientales o la competencia artística y cultural entre los diferentes reinos compensaban la falta de estabilidad política y territorial de unos poderes que pagaban parias al rey de Castilla y León, Alfonso VI, a cambio de mantener la paz en las fronteras. 

Ante semejante debilidad, los cristianos se crecieron, organizándose como nunca antes lo hicieran para combatir a los musulmanes. Casi en el final del período de los reinos de taifas, Yusuf Ibn Tasufín, el soberano almorávide, marchó a la ciudad de Badajoz acompañado de fuerzas de casi todas las taifas meridionales ya que los cristianos se habían apoderado de Coria, en Cáceres y, al mismo tiempo, el rey castellano Alfonso VI había abandonado el asedio de Zaragoza, había tomado Toledo en el año 1085 y se dirigía a tierras pacenses. 

Los almorávides junto al rey abbadí de la taifa sevillana conocido como Al-Mu'támid, decididos y más numerosos, vencieron al rey cristiano en la conocida como Batalla de Sagrajas en el año 1086. Esta victoria musulmana permitió a los reyes de taifas dejar de pagar parias al ya citado rey castellano Alfonso VI. Los almorávides volvieron a cruzar el Estrecho de Gibraltar en el año 1090 y se fueron apoderando de los reinos de taifas peninsulares.

territorio del imperio almorávide

Imperio almorávide (1091-1147). Los al-murabitun, una especie de ermitaños, formaron una confederación bereber liderada por tribus que surgieron de la predicación del maestro Ibn Yasín, en el oeste de la actual Mauritania en el siglo XI, intentando mantener el control sobre la ruta de la sal por donde transitaban las caravanas de camellos en su transporte así como caravanas de esclavos desde el África negra y otras mercancías valiosas. Desde allí se internaron en la ruta del oro procedente de Ghana y conquistaron ciudades, clave también en el tráfico de caravanas, ascendiendo hasta los oasis del sur del actual Marruecos.

Los almorávides se convirtieron en una fuerza militar muy poderosa y pasaron a dominar la región andalusí, merced a su capacidad de formar un Estado centralizado que podía resistir las acometidas de los cristianos del norte peninsular. Para los reinos de taifas, su llegada aparecía como justos defensores de la fe musulmana. Su imperio se expandió desde el sur del Magreb, donde fundaron su capital en Marrakech en el año 1070, y sus intervenciones desde allí dieron lugar a la unión del islam ibérico y magrebí. 

El primer movimiento del emir Yusuf Ibn Tasufín fue atacar Toledo, pero tras dos meses el ejército almorávide no había podido apoderarse de la estratégica plaza por lo que decidió abandonar el cerco. Conquistaron Tarifa con el objetivo de asegurar las comunicaciones con el Magreb y tomaron Córdoba, cuya defensa estuvo dirigida por uno de los hijos del rey abbadí de la taifa sevillana, que pereció en ella. Poco después anexionaron la fortaleza de Calatrava y otro de los hijos del rey abbadí acabó por entregar Ronda. Los almorávides no tardaron en apoderarse de Carmona, tras sitiar Almodóvar del Río. Sevilla también cayó y fue saqueada, al tiempo que otra hueste se hizo con Almería, cuyo rey salió huyendo a la corte de los hamadíes del Magreb.

Tras tomar Úbeda, se sometieron las taifas de Jaén, Murcia y Denia en el año 1091. A finales de ese año, sólo la taifa meridional de Badajoz seguía con su reinado aftásida independiente. La ciudad de Badajoz, junto con Lisboa, finalmente fueron anexionadas en 1094 y todo Al-Ándalus, a excepción de la zona oriental de Levante dominada por el Cid, había pasado a manos almorávides. A pesar de ello, un hijo de Yusuf Ibn Tasufín, Muhammad Ibn Aisha, expulsó también a los castellanos de Aledo y avanzó hasta las valencianas Alzira y Xátiva donde apenas encontró oposición. Aún así, a su rápida expansión por la península le siguió una veloz decadencia, por la falta de solidez del nuevo imperio. 

El aumento del descontento andalusí por el gran poder de los alfaquíes y la imparable expansión almohade se dieron en el largo reinado del emir almorávide Alí Ibn Yusuf, hijo del citado Yusuf Ibn Tasufín, quien había comenzado el sometimiento de Zaragoza e Islas Baleares alcanzando el imperio durante su mandato una extensión máxima. A pesar de ello, mientras gran parte del poderío militar almorávide estaba en campaña contra los cristianos surgió un foco rebelde, en las montañas del Magreb, los posteriores almohades, y acabaron por destruir este imperio.

territorio del imperio almohade

Imperio almohade (1147-1232). Los al-muwahiddun o los unitarios formaron un nuevo movimiento religioso que defendía la unicidad divina, la reforma de las costumbres, la realización de la guerra santa y la purificación. En el año 1140 los almohades habían conquistado la gran ciudad de caravanas de Sigilmasa en el Magreb, cruce de rutas comerciales y punto clave en la ruta del oro que procedía del África subsahariana. El imperio almohade comenzó encabezado por el bereber Muhammad Ibn Tumart quien procedía del Alto Atlas. Él organizó en el año 1125 una rebelión abierta de pureza y revitalización religiosa como argumentos contra el poder para derrocar a los almorávides. 

Su continuador, Abd Al-Mumin, se autoproclamó primer califa almohade y tomó la ciudad de Marrakech como su capital en el año 1147, emprendiendo la conquista del resto de lo que sería un imperio mediterráneo, incluyendo Túnez, abarcando desde los confines de Libia hasta Al-Ándalus. El citado califa almohade cruzó el Estrecho de Gibraltar y, tras apoderarse de Sevilla y tres años después de Córdoba, partió hacia Badajoz y continuó hacia el oeste, resultando muerto en batalla en la localidad de Santarem, en Portugal, contra las tropas del rey cristiano luso.

En principio, sólo pudo resistir el llamado rey Lobo en Murcia hasta el año 1172. En el 1175 todo Al-Ándalus estaba bajo dominio almohade. Al-Ándalus fue incorporada definitivamente a este imperio por mediación del sucesor de Abd Al-Mumim, el segundo califa almohade Abu Yaqub Yusuf, quien tomó las riendas de su destino nombrando a Sevilla como capital de todos sus dominios. Los almohades también hicieron frente a los cristianos logrando algunos éxitos notables, como el obtenido en la batalla de Alarcos en el año 1195 contra el rey Alfonso VIII de Castilla. 

Dotaron al imperio de cierta estabilidad, prosperidad económica y cultural rodeándose de los mejores hombres de ciencias y de letras de su tiempo. Crearon importantes construcciones y grandes obras públicas, entre las que destacan fuertes amurallamientos. Las murallas de todas las ciudades de tamaño considerable fueron mejoradas o reconstruidas, arreglándose las fortalezas ya existentes y levantando otras nuevas. Se construyeron sistemas de fortificación en la capital, Sevilla, así como en Córdoba, Badajoz, Cáceres, Trujillo, Écija, Jerez de la Frontera, etc. Se fundó también Alcalá de Guadaira y, a principios del siglo XIII, se fortificaron los alrededores de Valencia, Alicante y Murcia.

Los almohades dominaron el norte de África y el sur de la península en un principio con capital en Marrakech, proyectándose después la concepción almohade hacia Al-Ándalus y Túnez desde su nueva capital en Sevilla, durando su dominio en estos territorios casi un siglo. El momento clave del final de este imperio sucedió tras la aplastante derrota sufrida por las tropas musulmanas ante los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa en el año 1212.

cambios en el sur de Al-Ándalus entre los años 1230 y 1344

Terceros taifas (1212-1248). El hundimiento del imperio almohade hizo que las nuevas taifas que surgieron (las segundas) no pudieran resistir ante el avance de las tropas cristianas que resultó prácticamente incontenible. Los territorios musulmanes quedaron entonces reducidos dando paso a este breve período de treinta y seis años denominado históricamente como Terceros taifas.

Estos Terceros taifas finalizaron en la primera mitad del siglo XIII con las conquistas cristianas del reino de Aragón en el Levante de Al-Ándalus por el rey Jaime I el Conquistador (conquistando Denia en 1227, Valencia en el año 1238 y Játiva en el 1244) y del reino de Castilla por el rey Fernando III el Santo (conquistando Baeza en el año 1226, Badajoz en el 1230, Úbeda tres años después, Córdoba en el 1236, Jaén diez años después y finalmente la que fuera capital almohade, la ciudad de Sevilla, en el año 1248). Tan sólo perduró en Granada la resistencia a las fuerzas cristianas con la fundación del reino nazarí.

territorio del reino nazarí de Granada en el siglo XV

Reino nazarí de Granada (1238-1492). Tras la derrota del imperio almohade en el año 1212 en la antes citada batalla de las Navas de Tolosa, comenzó a tomar importancia en el sureste de Al-Ándalus la dinastía nazarí, cuyo fundador fue Muhammad Ibn Nasr, más conocido como Al-Ahmar o el Rojo, quien se proclamó sultán como Muhammad I en el año 1232 (año del fin almohade), siendo reconocido como tal por Guadix, Baeza y Jaén, a lo que se unió la taifa de Málaga en 1238 y la también sumisión de Almería

En el año 1234 se declaró vasallo del poder existente en Córdoba pero, al conquistar el rey castellano esta ciudad, Al-Ahmar se hizo vasallo del rey castellano, lo que le permitió conservar su independencia y fundar su centro en Granada. El reino sobrevivió en esta precaria situación gracias a su favorable ubicación geográfica, tanto para la defensa del territorio como para el mantenimiento del comercio con los reinos cristianos peninsulares, con los musulmanes del Magreb y con los genoveses a través del mar Mediterráneo, lo que hizo que tuviera una economía diversificada. 

A la anexión de Málaga se unió la taifa de Arjona en el año 1244. Posteriormente, Ceuta fue unida al reino en el siglo XIV. El reino entonces estaba dividido en circunscripciones territoriales y administrativas, sin embargo, fue perdiendo territorios paulatinamente frente a la corona de Castilla. Granada también sirvió de refugio para los musulmanes que huían de la conquista cristiana, padeciendo superpoblación. Aún así, iba a ser en la Granada de esta época nazarí donde se produciría uno de los más intensos florecimientos culturales del islam.​ Su reflejo más evidente es el conjunto palaciego de la Alhambra, todo un universo encerrado en sí mismo, cuyos edificios más importantes se construyeron bajo el sultanato de Yusuf I.

vista de Alhambra de Granada, cúspide del arte islámico en Al-Ándalus

Tras una época de gran esplendor, el reino nazarí quedó bajo el gobierno de distintos soberanos que fueron incapaces de mantener el control del territorio, exceptuando el sultán Muhammad V. Tiempo después, hubo diversas guerras civiles granadinas causadas por las luchas internas entre dos facciones del poder: los partidarios del emir Abú Al-Hasan Alí, más conocido como Muley Hacén y de su hermano El Zagal, y los partidarios del hijo mayor del sultán, el futuro Muhammad XII. Este último, capturado por los castellanos, firmó con el rey Fernando II de Aragón una tregua que confirmaba su vasallaje, al que posteriormente se unirían otros pactos.

Este reino nazarí, también conocido como emirato de Granada y después como sultanato de Granada, comprendía en un principio parte de las provincias actuales de Jaén, Murcia y Cádiz, y la totalidad de las actuales Almería, Málaga y Granada, pero fue reduciéndose hasta que en el siglo XV, con la unión de las coronas de Castilla y Aragón mediante el matrimonio de la reina Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, abarcaba aproximadamente las provincias actuales de Granada, Almería y Málaga. 

El reino nazarí de Granada sería el último estado musulmán de Al-Ándalus en la península ibérica. Su último sultán fue el ya citado Muhammad XII, mayormente conocido como Boabdil el Chico, acorralado por los llamados reyes católicos de Castilla y Aragón. Boabdil perdió el territorio de Málaga en el año 1487 hasta verse obligado a rendir lo que quedaba del reino de Granada en enero del año 1492. Tras esto, el reino nazarí fue definitivamente incorporado a la corona de Castilla.

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