Córdoba

el Guadalquivir a su paso por la mezquita aljama de Córdoba

Córdoba, ciudad y capital de la provincia homónima en el sur de la península, está situada en una depresión a orillas del Guadalquivir y al pie de Sierra Morena, siendo la tercera ciudad más grande y poblada de la región andaluza tras Sevilla y Málaga. Actualmente es la ciudad mundial que más títulos alberga como Patrimonio de la Humanidad.

Dado que la primera aparición de Córdoba en textos antiguos hace referencia al establecimiento de un puesto comercial fenicio en las inmediaciones de la ciudad, se ha dado un posible origen semítico al topónimo. De este modo Qorteba vendría a significar molino de aceite, para algunos autores, o bien ciudad buena a partir de Qart-tuba para otros. La Madinat Qurtuba fue conquistada en el año 711 a manos de Mugit Al-Rumí, uno de los oficiales del general Tariq.

El núcleo principal de Córdoba se encuentra situado en los márgenes del Guadalquivir que atraviesa la ciudad de este a oeste formando varios meandros. Al norte del término se encuentran las faldas de Sierra Morena, con unas fuertes pendientes, y al sur del río y en una estrecha franja al norte se encuentran terrenos bajos con leves ondulaciones del terreno que forman una extensa campiña. Por lo tanto, dentro de su término, pueden delimitarse por su orografía dos zonas, la campiña y la sierra. 

valle del Guadiato que descarga en el Guadalquivir

Se alternan así grandes valles labrados por los arroyos estacionales y los afluentes del Guadalquivir (el Guadiato y el Guadalmellato, con caudal todo el año). Todos estos cursos de agua ejercen una fuerte acción erosiva en el terreno debida a la gran pendiente que deben salvar antes de verter sus aguas al Guadalquivir. Al sur del término se encuentra el afluente Guadajoz con numerosos arroyos estacionales que forman una compleja red en la campiña cordobesa.

Durante el emirato omeya con capital en Damasco (años 712-756), la ciudad de Córdoba fue elegida como capital del territorio de Al-Ándalus en el año 716. El perímetro amurallado romano se mantuvo durante todo el período omeya, aunque se acometieron varias reparaciones en el año 721, en época del gobernador Al-Samh, el cual también intervino en la reparación del puente romano. La medina se distribuyó en torno a calles principales que conectaban internamente con las puertas de acceso, herederas de sus predecesoras romanas.

El momento álgido de Córdoba transcurrirá al alzarse como capital del emirato omeya (años 756-929). Con la llegada de los abasíes al poder en Damasco, el único superviviente omeya, Abd Al-Rahmán I el Emigrado, consiguió huir hasta Al-Ándalus, concretamente hasta Córdoba, donde procedió a crear el emirato independiente respecto a la nueva capital abasí, Bagdad. Se le nombró emir y aunque los primeros contingentes islámicos estaban conformados por grupos reducidos, eran suficientemente sólidos como para controlar a una mayoría de población cristiana. 

vista de varias naves en la mezquita aljama de Córdoba

Durante el gobierno de Abd Al-Rahmán I se empezó a erigir en la ciudad la mezquita aljama de Córdoba, completada en el posterior siglo X, sobre la base de la basílica de San Vicente mártir, templo hasta entonces compartido por musulmanes y cristianos. Se afirmaba que en la mezquita se conservaba el brazo del profeta Muhammad y llegó a ser lugar de peregrinación para musulmanes. Su carácter sagrado sólo lo superaba La Meca y el visitar la mezquita absolvía a los fieles de la obligación de hacer el peregrinaje a Arabia. 

Frente a la Bāb Amir, una de las puertas de la muralla oeste, se dispuso en esta época un cementerio o maqbara y en los aledaños se fueron asentando espacios domésticos. En torno al año 785 se inició la reforma del viejo alcázar para dar cabida a la nueva administración del Estado. También en estos años se fundaron la Ceca, la Alcaicería y la Casa de Correos. Uno de los primeros arrabales fue el de Saqunda, constituido en la margen izquierda del Guadalquivir a mediados del siglo VIII, aunque poco tiempo después un motín provocó su destrucción con la prohibición de volver a edificar sobre el lugar.

Las transformaciones en el recinto amurallado se siguieron sucediendo en el siglo IX cuando el emir Abd Al-Raḥmān II emprendió la reparación del malecón o Al-Rasif concretamente durante el año 827 para prevenir las crecidas del río Guadalquivir, así como la ampliación de la mezquita aljama hacia el sur y la creación de la Dār Al Tirāz o la casa real de manufacturas y tejidos. La islamización de las áreas suburbanas durante el emirato no se hizo esperar y en el extrarradio más septentrional se erigieron algunas almunias. 

fuente en el patio de las abluciones en la mezquita aljama

Sucesivas campañas de excavación han permitido contemplar el urbanismo en esta primera etapa islámica de Córdoba. Al este de la medina se expandieron los barrios de Furn Burríl, Al-Bury o Sabular. Este último fue uno de los más destacados en el siglo IX, flanqueado por necrópolis romanas, tardo-antiguas y mozárabes. En la zona del Patriarca se han identificado varias estructuras como la residencia favorita de Abd Al-Rahmán I, Al-Rusafa, mandada construir por el propio emir en el tercer cuarto del siglo VIII sobre la base de una gran propiedad comprada a un jefe bereber del ejército de Tarik. Fue llamada Al-Rusafa en recuerdo a la finca de su abuelo, el califa Hisham en Resafa (Siria).

Esta almunia estaba perfectamente comunicada con las puertas de acceso a la medina -como la Bab Al-Yahud- por medio de caminos de origen romano, en torno a los cuales surgió el denominado arrabal de Al-Rusafa. Este arrabal ha sido constatado arqueológicamente en diferentes puntos de la ciudad actual y estaba conformado por viviendas, zonas de producción alfarera y un cementerio. Por su parte, en el suburbio occidental, conocido como al-Yanib al-Garbi, se han documentado también grandes áreas cementeriales y residenciales pertenecientes a una primera ocupación emiral.

La mayoría de las almunias pudieron haber sido residencias de recreo auspiciadas por personajes destacados de la corte omeya. El conocimiento de estos arrabales de época emiral resulta fundamental para comprender las tramas urbanas desarrolladas a lo largo de todo el califato cordobés y es que, pese a que estas primeras ocupaciones se localizaron en áreas determinadas, muchas de ellas se convirtieron después en auténticos centros aglutinadores en época califal.

ataurique en Puerta del Espíritu Santo de la mezquita

Durante el posterior califato de Córdoba (años 929-1023), con el auto-proclamado califa Abd Al-Rahmán III, se convirtió en la ciudad más habitada, culta y opulenta de Europa y en un centro líder mundial de la educación. La medina cordobesa en estos momentos albergaba las sedes del poder político, civil y religioso del Estado, al tiempo que conformaba un nudo de intercambios y comunicaciones de primer orden y reflejaba una prosperidad que atrajo a muchos nuevos residentes. Durante su mandato, la actividad dentro de la medina no cesó y se efectuaron mejoras en la muralla meridional.

Como consecuencia, la ciudad de Córdoba vivió una gran mutación, generándose a su alrededor un paisaje suburbano sin parangón en todo el Mediterráneo occidental. Florecieron en la ciudad tanto las letras como las ciencias, gestándose las bases del renacimiento europeo y abundaban en la ciudad las mezquitas, las bibliotecas, los baños públicos y los zocos, además de contar la ciudad con más de 800 fuentes, iluminación pública y alcantarillado durante la época de mayor esplendor y asentamiento califal. 

Hoy en día, son visitables tanto los baños califales conocidos como Baños de la Judería como los Baños de la Axerquía, que fueron variando su nombre y hoy son conocidos como Baños de Santa María y Baños de San Pedro, respectivamente. Se llevaron a cabo también obras de diversa índole en el alcázar y en el cierre norte del conjunto, incluyendo unos baños cercanos para el uso del califa, preservados hoy en el Campo santo de los Mártires. Según la documentación hallada, la ciudad de Córdoba también contaba con una famosa universidad o Madraza y una biblioteca pública que contenía unos 400 mil volúmenes. 

vista de alberca y jardines en el Alcázar de Córdoba

Había en la Córdoba de época califal al menos veintisiete escuelas gratuitas para enseñar a los niños de familias menos pudientes y el nivel de alfabetización, tanto de los niños como de las niñas, era muy alto. Los jóvenes que pertenecían a la nobleza de los reinos cristianos castellanos en el norte de la península recibían parte de su educación en la corte omeya y las mujeres ricas francesas encargaban en Córdoba sus trajes y atuendos más elegantes, por citar dos curiosidades.

El califato omeya fue -en resumen- la época en la que Córdoba, como capital, alcanzó sin duda su mayor apogeo, llegando a contar entre 250.000 y 450.000 habitantes, siendo en el siglo X la cuarta ciudad más grande del mundo tras Constantinopla, Bagdad y El Cairo. En Europa, por tanto, tan sólo era superada por la ciudad de Constantinopla, formándose la capital omeya como nodo cultural, político y económico de la época califal cuyos territorios al norte peninsular incluían Coímbra, Toledo, Zaragoza o Lérida. 

A mediados del citado siglo X, no había en Europa occidental una ciudad similar a Córdoba en cuanto a superficie edificada ya que por aquel entonces ninguna superaba las 100.000 personas. En población peninsular a la capital la seguía la ciudad de Sevilla con unos 83.000 habitantes, Toledo con unas 37.000 personas, Granada y la ciudad de Badajoz con una población cercana a 26.000 y Zaragoza y Valencia con alrededor de 15.500 siendo el resto de dimensiones inferiores.

la llamada Casa de los Visires en Madinat Al-Zahra

La capital omeya de Córdoba estaba adornada con jardines, cascadas y lagos artificiales y, mediante un acueducto, se suministraba agua dulce en abundancia a las fuentes y los baños públicos que estaban levantados por doquier y que, según un cronista musulmán, había unos 600 repartidos por Córdoba. Y remontándose a época romana, Córdoba contaba también con una importante tradición orfebre. Se conocen varios zocos o mercados en Córdoba, agrupados según oficios como el de los silleros, los perfumistas o drogueros, carpinteros, especieros o los pañeros y así eran llamados también sus barrios dependiendo del oficio de sus habitantes. 

El mayor mercado de la ciudad y el más importante fue el Zoco Grande, ubicado en este siglo X al oeste del alcázar y que englobaba un gran número de tiendas dedicadas a alimentos, tejidos y manufacturas de lujo. La capital era famosa asimismo por sus curtidos y por todo tipo de artesanías en cuero. En Córdoba se realizaban monturas de caballo a cuadros, biombos o pequeños muebles, siendo quizá el producto más típico el cordobán. Destacaron también en los zocos los guadamecíes, traídos por los bereberes en el siglo VIII y cuyas producciones en la ciudad cordobesa gozaron de fama europea por lo menos desde el siglo XI. 

Actualmente quedan pocos artesanos que se dediquen a ello, al igual que ocurre con el resto de los productos artesanales que hicieron a la capital célebre. Hubo también un extraordinario desarrollo de las manufacturas de perfumes y ungüentos, que movilizaban la búsqueda de plantas, hierbas y aromas, requiriendo la fabricación masiva de contenedores de vidrio para esas esencias y generaban la existencia de todo un sector del zoco de la Córdoba omeya dedicado a los drogueros o al-'attarín, que se encontraba a occidente de la ciudad, junto a la Puerta de Sevilla.

vista de la Puerta de Almodóvar desde intramuros

Por toda la ciudad podían verse suntuosos palacios. Uno de los más espléndidos de época califal se encuentra en Al-Zahra, en la medina homónima a las afueras de Córdoba. Esta nueva medina requirió 25 años y el duro trabajo de unos 10.000 hombres para completarse, testificando aún hoy sus ruinas su anterior grandeza y esplendor califal. Entre los años 936 y 940, esta nueva ciudad califal fue la sede de la administración y residencia oficial del califa, siendo la impulsora definitiva de la gran expansión urbanística. 

Según venía siendo tradición en el Oriente islámico, una de las prerrogativas del nuevo califa era la fundación de una ciudad y en este caso se escogió un lugar estratégico al pie de Sierra Morena y al oeste de la Madinat Qurtuba. Los restos materiales indican que la mayoría de los barrios, palacios y almunias construidas durante época califal fueron fruto de planes urbanísticos previos. Puede que el propio Estado estuviera implicado en ellos inicialmente, pero es difícil determinar quienes fueron sus auténticos constructores y el papel que pudieron jugar otra serie de promotores. 

Entre la ciudad palatina de Al-Zahra y Qurtuba fueron creciendo los arrabales, en cuyo despliegue tuvieron mucho que ver los caminos pre-existentes y los creados para comunicar ambos conjuntos urbanos, dotando a estos espacios de equipamientos comunitarios e instalaciones estatales. De hecho, algunas almunias emirales habían quedado encerradas en nuevos barrios califales a raíz del exponencial crecimiento urbano. Otras fueron readaptadas, como ocurrió con Al-Na'urah, que debió de experimentar un proceso de renovación al convertirse en época califal en un centro de acogida y pernoctación para las embajadas que llegaban a Madinat Al-Zahra, quedando ubicada junto al río. 

jardines del Alcázar de Córdoba

La importancia de las grandes ciudades árabes en aquella época se medía por las puertas de acceso a la medina y Córdoba contaba entonces con siete puertas además de 21 barrios o arrabales alrededor de la misma. El surgimiento de las célebres almunias suburbanas, en las inmediaciones de la capital, pertenecientes tanto a la familia omeya como a la clase dirigente asociada a su poder, determinaron la estructura de la zona. Básicamente, una almunia podría definirse como una propiedad dividida en una parte residencial o qasr y otra dedicada a jardines y explotaciones agropecuarias o fahs. 

Algunas almunias, como por ejemplo la de Al-Rummaniyya, bien documentada textual y arqueológicamente, eran muy extensas y permitían a sus propietarios urbanos extraer de ellas rentas y recursos abundantes. Otras, en cambio, no debieron de ser tan grandes, pero sí que cumplían la función de servir como lugares de esparcimiento ubicados fuera de los muros de la medina cordobesa y, por lo tanto, al abrigo de las posibles recriminaciones e incluso castigos, que podían provocar los excesos que en ellas se cometían por parte de la siempre vigilante ortodoxia religiosa.

Más al norte, surgirían grandes propiedades como las de Arha Nasih o la antes citada Al-Rummaniyya (en las faldas de Sierra Morena) así como el asentamiento de Turruñuelos, aún por excavar, pero identificado como un lugar para el acantonamiento de las tropas. En el extremo opuesto, es decir, al este de la medina cordobesa, se fueron abriendo camino otra serie de arrabales durante el califato omeya, aunque la arqueología disponible es bastante limitada y apenas conocemos detalles de su urbanismo. 

Torre de la Calahorra al margen del puente sobre el Guadalquivir

Aunque es común afirmar que estas almunias tienen su precedente en las villae de época romana, esta idea parece que no es exacta, pues una de sus características es la de ubicarse en los entornos de las ciudades, llegando a generar arrabales dado que actuaban como centros de oferta y demanda. Las pequeñas intervenciones realizadas en la zona conocida como Al-Yiha al-Sarquiyya han detectado ámbitos domésticos que no fueron muy diferentes a los hallados en barrios occidentales. El despliegue urbanístico de estos terrenos orientales estuvo relacionado con la fundación en este sector de la Madinat Al-Zahira, cuya construcción fue encargada por Almanzor según dejó escrito Ibn Hazm, aunque no haya aún vestigios de esta medina.

Y es que, a finales del siglo X, el nieto de Abd Al-Rahmán III, el también califa omeya Hisham II, era todavía un niño por lo que las riendas del poder las tomó su hayib o primer ministro, Almanzor, quien mantuvo en jaque a los reinos cristianos del norte llegando a entrar en ciudades como León, Pamplona, Barcelona o Santiago de Compostela. Almanzor, traducido como El Victorioso, había ordenado levantar su propia ciudad califal, pero fallece en el año 1002 y, aunque Córdoba mantenía la riqueza económica y el esplendor cultural y artístico, comenzaron a surgir problemas sucesorios hasta que todo desembocó en una fitna en la que el califato termina dividiéndose en pequeños reinos de taifas.

La muerte de Almanzor desató en Córdoba una disputa abierta por el poder, que dio pie en los primeros años al saqueo y pillaje de la medina de Córdoba, así como de Madinat Al-Zahira y Madinat Al-Zahra.  El Zoco Grande también desapareció en el año 1010 tras ser saqueado e incendiado. Del mismo modo, las tropas bereberes arrasaron los suburbios occidentales quedando tan sólo cierta ocupación en los suburbios orientales, aunque con su población menguada. La antigua joya de la corona quedó relegada entonces y en pocos años a ciudad de importancia secundaria en el contexto peninsular, musulmán y continental. 

rincón cordobés en el actual zoco del casco histórico

Podría decirse que durante la época de los reinos de taifas (años 1023-1091), la ostentación del saber, la emulación de modelos califales y sus referentes orientales o la competencia artística y cultural entre los diferentes reinos compensaban la falta de estabilidad política de unos poderes que pagaban parias al rey castellano Alfonso VI a cambio de mantener la paz en las fronteras. Córdoba se vio envuelta en continuas transformaciones de carácter político y social durante esta etapa islámica. 

La historia de la medina de Córdoba durante los primeros cuarenta años del gobierno de los Banu Yahwar contrastó rápidamente con el esplendor conocido, aunque también apareció un incipiente resurgir urbano. El territorio controlado por esta taifa se vio muy menguado por las aspiraciones expansionistas de otros reinos vecinos y, de este modo en el año 1070, Córdoba pasó a pertenecer al reinado abbadí de Al-Mu'tamid con capital taifa en Sevilla, manteniéndose así durante otras dos décadas con un breve paréntesis bajo el dominio de la taifa toledana de los Banu Di Al-Nun. 

Se tiene constancia en época del imperio almorávide (años 1091-1157) de la ampliación y refuerzo del recinto amurallado de la Axarquía en el año 1125. También es sabido que en el 1121 la población cordobesa se sublevó contra el gobernador almorávide y el propio emir Ali Ibn Yusuf tuvo que acudir a Córdoba para revertir la situación de rebeldía. La ciudad seguía teniendo importancia en Al-Ándalus pero apenas hay grandes cambios en la arqueología, aunque en el ámbito oficial sí se pueden distinguir importantes actuaciones como se observa en la reforma de los baños del alcázar.

molino de la Albolafia sobre el Guadalquivir

Los últimos años almorávides se vieron alterados por las conocidas como segundas taifas, durante las cuales la población cordobesa se movió entre varios bandos opuestos hasta llegar a caer temporalmente en manos del rey castellano Alfonso VII en el año 1146, quien la mantuvo bajo vasallaje hasta la conquista de los almohades en el 1148. El primer califa almohade Abd Al-Mumin, con su capital en Marrakech, nombró a Córdoba como capital de Al-Ándalus pero apenas unos meses después su hijo y sucesor, Abu Yaqub Yusuf, regresó la corte a Sevilla nombrando a ésta como capital del imperio almohade. 

Aún así, el alcázar cordobés presenta notables reformas interiores almohades, como las que se pueden detectar a partir de las decoraciones de yeserías y ataurique recuperadas durante las excavaciones en los Baños del Campo santo de los Mártires o en el llamado Patio de mujeres del Alcázar y que muestran una potente remodelación de su desarrollo interno en época almohade. También se levanta un palacio extramuros, el Qasr Abi Yahyá, que las fuentes comentan que estaba situado sobre el Guadalquivir y sostenido por una estructura de arcos pero, aunque existen algunas hipótesis sobre su ubicación exacta, hasta hoy no existe constatación arqueológica.

Durante la etapa almohade en la ciudad de Córdoba, la zona comercial se situó al este de la mezquita aljama, donde pocos años después de la conquista castellana está atestiguada la existencia de una Alcaicería o zoco de productos de lujo (sedas, joyas, etc) en un sector urbano que, tras la conquista cristiana, conservará en sus calles y plazas el nombre de gremios o actividades comerciales en gran medida mantenidos hasta el siglo XIX. 

vista de torre y muralla del actual Alcázar cristiano de Córdoba

Se distribuían también distintas Alhóndigas, siendo posadas o fondas en las que descansaban y comerciaban los mercaderes. El cartógrafo y geógrafo Al-Idrisi, durante el siglo XII y desde la corte normanda establecida en Palermo, escribiría "Dominantes intelectuales son renombrados por la pureza de su doctrina, la exactitud de su probidad y la belleza de sus trajes, y están dotados de un carácter amable y maneras distinguidas. Jamás en Córdoba han faltado sabios ilustres ni personajes notables".

Un siglo más tarde, en el año 1236, las tropas dirigidas por el rey castellano Fernando III tomaron la ciudad de Córdoba y se apoderaron de su alcázar, entonces ubicado en el actual Palacio Episcopal, repartiendo el rey los terrenos para sí mismo, el obispo, algunos nobles y la Orden de Calatrava, quedando gran parte del alcázar sepultado. Dos años más tarde comenzaría como tal la dinastía nazarí en el reino de Granada y, en Córdoba, tras la conquista cristiana, se mantuvieron y restauraron las murallas. En la última mitad del siglo XIV se añadieron los tres últimos recintos amurallados de la ciudad: la Judería, la Huerta del alcázar y el alcázar Viejo. 

El día a día cordobés seguía teniendo gran relación con el agua, elemento omnipresente. A lo largo del cauce del Guadalquivir se encuentran los molinos como edificios originales musulmanes que aprovechaban la fuerza de la corriente para moler la harina tales como el molino de la Albolafia (aspecto actual del siglo IX, cuando proveía de aguas a las huertas del alcázar), el molino de la Alegría, el molino de Martos, el de Enmedio, el molino de Salmoral, de San Antonio o el molino de Téllez por citar varios ejemplos. 

Calleja de las Flores en la Judería de Córdoba

La ciudad mantuvo en uso su mezquita aljama y cerca de la misma sigue emplazada una de las dos Juderías o barrios de judíos, formada por multitud de calles irregulares, tales como la Calleja de las Flores y la Calleja del Pañuelo, en las que puede aún visitarse la sinagoga y la casa de Sefarad. Existieron también en la ciudad mezquitas secundarias que nos llegan transformadas en templos cristianos como la iglesia de San Lorenzo o San Juan de los Caballeros. 

En el extremo suroeste del casco antiguo de la ciudad se encuentran aún los jardines del alcázar omeya y, adyacente al mismo, las caballerizas como lugar de crianza del caballo andaluz. Muy cerca de las caballerizas, junto a la muralla, se sitúan los antiguos baños califales. Rodeando el extenso casco histórico de Córdoba aún hoy podemos apreciar algunos lienzos de la muralla andalusí, así como la Puerta de Almodóvar, que es la única puerta de época islámica que se conserva de las trece con las que finalmente contó la medina y que también era conocida como Bab Al-Batalyaws como salida hacia Badajoz

También se aprecian algunas torres de factura andalusí como la Torre de la Malmuerta (modificada en el siglo XIV sobre la torre almohade) o la fortaleza de la Torre de la Calahorra. En la parte oeste del casco histórico es posible encontrarnos también con la estatua de Séneca (junto a la Puerta de Almodóvar), con la estatua de Averroes (junto a la Puerta de La Luna) y con la de Maimónides (en la plaza de Tiberíades) que se colocaron en homenaje a estos tres grandes filósofos del esplendor cordobés. Más al sur, junto a la Puerta de Sevilla, se encuentran la escultura al poeta Ibn Zaydun y la escultura al escritor y poeta Ibn Hazm.

vista de la sala de oración de la mezquita aljama 

No hay comentarios: