Tordesillas. Juana I de Castilla.

escultura a la reina Juana I en Tordesillas

Juana I de Castilla la Loca, nació el seis de noviembre del año 1479 en el castillo de Cifuentes, en Guadalajara, que entonces formaba parte del territorio administrativo llamado reino de Toledo. Perteneciendo a la casa real o dinastía Trastámara, era la tercera de cinco en la línea de sucesión del matrimonio del rey Fernando II de Aragón y de la reina Isabel I de Castilla, mayormente conocidos como reyes católicos. Por nacimiento, por tanto, ya era infanta de las coronas de Castilla y Aragón y fue bautizada en la iglesia del Salvador, en la ciudad de Toledo, con el nombre del santo patrón de su familia, al igual que su hermano mayor Juan. 

Recibió la educación propia de una infanta e improbable heredera al trono, basada en la obediencia más que en el gobierno, a diferencia de la exposición pública y las enseñanzas del gobierno requeridos en la instrucción de un príncipe heredero. En el estricto e itinerante ambiente de la corte castellana, Juana estudió comportamiento religioso, urbanidad y buenas maneras propias de la corte sin desestimar otras artes como la danza y la música. También se entrenaba como amazona y ampliaba conocimiento de lenguas romances propias de la península, además del francés y del latín. Entre sus principales preceptores se encontraban el sacerdote dominico Andrés de Miranda, Beatriz Galindo y su madre, la reina Isabel I de Castilla, que trató de moldearla a su "hechura devocional". 

Su educación contó con humanistas de la talla de Lucio Marineo Sículo, de los hermanos Geraldini y de Pedro Mártir de Anglería. El manejo de la casa de la infanta y de su ambiente estaba totalmente dominado por su madre, incluyendo personal religioso, oficiales administrativos, personal encargado de la alimentación, criadas y esclavas, habiendo sido todos seleccionados por sus padres sin intervención alguna por su parte. A diferencia de Juana, su hermano Juan y príncipe de Asturias y Gerona, comenzó a hacerse cargo de su casa y de posesiones territoriales como entrenamiento en el dominio de sus futuros reinos. Parece ser que, desde muy niña, la infanta Juana mostraba signos de indiferencia religiosa y poca devoción por el culto cristiano mientras su madre, la reina Isabel, trataba de mantenerlo oculto. 

De forma temprana, Juana había sido considerada para matrimonio con el delfín Carlos, heredero del trono francés, y en el año 1489 -con diez años- también sería pedida en matrimonio por el rey Jacobo IV de Escocia de la dinastía Estuardo. Como infanta de Castilla y Aragón fue testigo, junto a su madre, de la conquista cristiana del reino de Granada y, poco después, asistió a la llegada de Cristóbal Colón. Poco antes, en el año 1490, su hermana mayor Isabel -de veinte años- contrajo matrimonio con el infante Alfonso, único hijo del rey Juan II de Portugal, y tras la muerte de éste en el 1495 se casó con el tío del difunto, el rey Manuel I de Portugal el Afortunado. Como vemos, era una costumbre en la Europa de la época y los reyes Isabel I y Fernando II tenían francos intereses matrimoniales para todos sus hijos. 

retrato de Juana que recibió el archiduque Felipe

Así, negociaron los matrimonios de su hija primogénita Isabel con el fin de asegurar objetivos diplomáticos y estratégicos mientras Juana compartía con sus hermanas menores, María y Catalina, los juegos infantiles. En ese año 1495, a fin de reforzar los lazos con el emperador Maximiliano I de Habsburgo y en contra los monarcas franceses de la dinastía Valois, ofrecieron a Juana para el matrimonio con su hijo Felipe, el archiduque de Austria. A cambio de este enlace, los reyes católicos pedían también la mano de la hija de Maximiliano, Margarita de Austria, como esposa para el príncipe Juan. De este modo, en el año 1496 y a los dieciséis años de edad Juana, la futura archiduquesa, partió de Laredo en una de las carracas genovesas al mando del capitán Juan Pérez. 

Para mostrar el esplendor de la corona castellano-aragonesa a las tierras del norte y su poderío al hostil rey francés, la flota también incluía otros diecinueve buques, desde naos a carabelas, con una tripulación de tres mil quinientos hombres al mando del almirante Fadrique Enríquez de Velasco. Se le unieron asimismo unos sesenta navíos mercantes que transportaban la lana exportada cada año desde Castilla formando la mayor flota en misión de paz montada hasta entonces en la península. Juana fue despedida en Laredo por su madre y hermanos e inició su rumbo hacia Flandes, hogar de su futuro esposo. La travesía en el mar tuvo algunos contratiempos que, en primer lugar, la obligaron a tomar refugio en Portland, Inglaterra. 

Cuando finalmente la flota pudo acercarse a Middelburg, una carraca genovesa transportando a setecientos hombres, más las vestimentas de Juana y muchos de sus efectos personales, encalló en un banco de piedras y arena y tuvo que ser abandonada. Juana, por fin en tierras flamencas sana y salva en Rotterdam, no fue recibida por su prometido. Ello se debía a la oposición de los consejeros francófilos de Felipe el Hermoso a las alianzas de matrimonio pactadas por su padre, Maximiliano el emperador, albergando aún la posibilidad de convencer al emperador de la inconveniencia de aliarse con Isabel I y Fernando II y las virtudes de una alianza con Francia. En el séquito de Juana llegaron un nutrido grupo de nobles, de damas y de clérigos, entre ellos el futuro obispo de Cuenca.

En su internamiento por tierras de Flandes, Juana tardó más de un mes en encontrarse con su prometido. La boda finalmente se celebró en octubre de 1496, en la iglesia colegiata de San Gumaro de la localidad de Lier, gracias a la influencia de la familia Berghes. El entonces obispo de Cambrai realizó la ceremonia oficial junto al capellán Diego Ramírez de Villaescusa. Los primeros años, la joven pareja estableció su corte en Bruselas y cabe señalar que el ambiente que se encontró Juana allí era radicalmente distinto al que vivió en su tierra natal. Por un lado, la sobria, religiosa y familiar corte de Castilla contrastaba con la desinhibida y muy individualista corte flamenca, siendo ésta muy festiva y opulenta gracias al comercio de tejidos que sus mercados dominaban desde hacia más de un siglo. 

archiduques de Austria, Felipe y Juana, año 1500

Aun siendo primos terceros, Juana y Felipe no se conocían y se enamoraron nada más verse. Felipe el Hermoso poseía entonces los títulos de archiduque de Austria, duque de Borgoña, Luxemburgo, Brabante, Güeldres y Limburgo y conde de Flandes, Tirol y Artois. La pasión entre ellos reinó en los primeros tiempos de su matrimonio, aunque Felipe no tardó en revelarse como un marido infiel y despótico. Como respuesta, Juana comenzó a manifestar las primeras crisis de depresión por la separación iniciando una obsesiva vigilancia a su esposo provocando que las noticias de su desequilibrio llegasen a la corte castellana. Aún así, la pareja tuvo seis hijos, abriendo el paso a la casa de Austria. Juana en esta época fue tratada por un médico turco converso al cristianismo, Theodore Leyden.

Este médico, siguiendo el tratamiento recomendado por Rhazes y Avicena, suministra a la archiduquesa medicinas a base de alcaloides opiáceos. A partir del pensamiento galénico-hipocrático y avicénico, podría ser lo que llamaban en la época síntomas de locura de amor o huyum, ishq según los árabes. Se consideraba que la predisposición a su melancolía venía además determinada por la conjunción de varios astros. Avicena, en su época, tuvo un paciente similar a Juana la Loca, un príncipe persa de Yuryán que manifestó los mismos síntomas como falta de apetito o abandono de sí, siendo la solución fácil y efectiva, juntando al desdichado príncipe con su amada. Al año siguiente, en 1497, llegó a la corte flamenca la noticia de la muerte de su hermano el príncipe Juan, un año mayor que Juana y hasta entonces príncipe de Asturias y heredero al trono. 

La primogénita de los recién casados, Leonor, nació en el año 1498 en la ciudad de Lovaina, cerca de Bruselas, y ese mismo año Juana recibió la noticia de la muerte de su hermana mayor, la reina consorte Isabel de Portugal tras haber dado a luz al príncipe Miguel de la Paz. La niña Leonor fue llamada así en honor de la abuela paterna de Felipe, Leonor de Portugal. Debido a la muerte de sus hermanos mayores Isabel y Juan, la archiduquesa Juana se convertía entonces en heredera de las coronas de Castilla y Aragón y, por tanto, en la princesa de Asturias. En esas fechas, la vida de Juana transcurría en la corte flamenca aunque, evidentemente, los reyes católicos escribieron notificando la noticia. Ella ya entonces vigilaba a su esposo todo el tiempo y, pese al avanzado estado de gestación de su segundo embarazo, asistía a las fiestas en palacio. 

De esta forma, se considera que su hijo Carlos nació en el año 1500 en los retretes del palacio de Gante durante el transcurso de una celebración. Ese mismo año, fallecía el príncipe portugués Miguel de la Paz, hijo de su hermana Isabel. El año siguiente, en 1501, Juana daría a luz a su hija Isabel en la ciudad de Bruselas, posiblemente llamando así a la criatura en honor de su madre, la reina Isabel I y también de su difunta hermana mayor. En esta época, varios sacerdotes enviados a Flandes por los reyes católicos informaron a Castilla que Juana seguía resistiéndose a confesarse y a asistir a misa. En noviembre de ese año 1501, Felipe y Juana, dejando a sus hijos Leonor, Carlos e Isabel en Flandes, emprendieron camino hacia tierras de Castilla como herederos a la corona realizando el viaje por tierra desde la ciudad de Bruselas.
 
escultura a la reina Juana I de Castilla en Tordesillas

El archiduque Felipe quiso viajar atravesando Francia y mostrando su amistad con el rey francés Luis XII, que le hizo una calurosa acogida. De esta forma, en un viaje muy lento, Juana y Felipe tardaron seis meses en llegar a Toledo, donde prestaron juramento como príncipes herederos ante las cortes castellanas en la catedral de la ciudad en mayo de 1502. En Castilla, el estado de salud de Juana era preocupante manifestando de nuevo síntomas. Los médicos castellanos escribieron al rey Fernando rogándole tratar a Juana con mesura y describiendo la salud de la reina Isabel y los problemas de cuidarla como enferma diciendo "cada día tenemos acidentes (...) duerme mal, come poco, y a veces no nada, está muy triste y bien flaca (...) Algunas veces no quiere hablar, de manera que su enfermedad va muy adelante (...) esto todo carga por menudo sobre la Reyna nuestra señora".

Y es que, pese al impresionante futuro que le aguardaba en Castilla, en 1503 Felipe el Hermoso apresuró su regreso a Flandes a fin de resolver unos asuntos mientras que ella, embarazada, debía permanecer en Castilla principalmente a petición de su madre, quien deseaba que conociera sus futuros reinos. Juana llevó muy mal esa separación y estar alejada de Felipe la sumió, sin duda, en una gran tristeza. En marzo de ese mismo año, Juana dio a luz a su hijo Fernando en Alcalá de Henares y decidió nombrarle en honor a su padre, el rey Fernando. Tras el parto y con sus tres hijos en Bruselas, Juana volvió a pedir autorización para regresar a Flandes, pero su madre se opuso ya que la guerra con Francia convertía en inviable el camino por tierra. Ante su insistencia, la reina Isabel I ordenó al obispo Fonseca que recluyera a su hija en el castillo de la Mota.

Este encierro provocó que madre e hija enfrentasen el asunto con grave disputa y, al final, la reina Isabel la Católica tuvo que consentir que Juana regresase a Flandes junto a su marido y sus hijos. El episodio del castillo de la Mota, con Juana incurriendo en desacato, causó tanto disgusto a la reina castellana que ésta se vio obligada a justificarla delante de distintas personalidades. Así, Juana pudo llegar a tierras flamencas en junio del año 1504 y de nuevo fue presa de una depresión causada por los celos al ver a Felipe con una nueva amante. En un ataque de ira quiso desfigurar la cara de esa mujer y cortarla el pelo para que no resultase atractiva. Para controlarla, Felipe la pegó y la encerró en una habitación y en las crónicas se la presenta encerrada y a oscuras. 

La reina Isabel, por su parte, rogó a Felipe por carta que, cuando Juana llegase a Flandes, la vigilara gente de su confianza para evitar desacatos, esperando que beneficiase a Juana el reunirse con él. Tras estos episodios documentados, se comprenden mejor las disposiciones testamentarias de la reina Isabel nombrando a Juana como heredera diciendo "Ordeno e instituyo por mi universal heredera de todos mis reinos, tierras y señoríos y de todos mis bienes raíces a la ilustrísima doña Juana, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, mi muy cara y muy amada hija (...) En caso de que la dicha princesa, mi hija, no esté en estos mis reinos o estando en ellos no quiera entender en la gobernación de los mismos, el rey mi señor rija, administre y gobierne los dichos reinos y señoríos (...) en tanto que el infante don Carlos, mi nieto, heredero de los dichos príncipes, sea de edad legítima".

detalle de la corona en la escultura de Juana en Tordesillas

Pese a que la reina Isabel había dictado testamento en la sola presencia su secretario y notario en funciones, cabe adivinar la mano del rey Fernando en sus disposiciones. Sin duda, al rey Fernando le interesaba Castilla como reino bien asentado, que incluía los territorios americanos y cuyas arcas financiaban mayoritariamente su política mediterránea. A la muerte de la reina Isabel I de Castilla, en noviembre de ese mismo año 1504, comenzó a plantearse el problema de la sucesión en Castilla. El archiduque Felipe no estaba dispuesto a renunciar al poder por lo que en la llamada Concordia de Salamanca, del año 1505, se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando el Católico y la propia Juana quien, también tras la muerte de su madre, heredaba el título de señora de Vizcaya, que ya entonces iba unido a la corona de Castilla. 

Felipe y Juana permanecieron en la corte de Bruselas y, en septiembre de 1505, Juana dio a luz a su hija María en el Palacio de Coudenberg. La niña María hacía honor con su nombre a su abuela paterna, María de Borgoña y a la hermana menor de Juana. Seguidamente, se preparó una gran flota para transportar a la nueva familia real castellana a su reino. Felipe quería que zarpase la flota cuanto antes, a pesar del riesgo que suponía navegar en invierno. Finalmente, partieron en enero del año 1506, con cuarenta barcos. En el llamado Canal de La Mancha una fuerte tormenta hundió varios navíos y dispersó al resto. Se temió por la vida de los príncipes, que tuvieron que recalar en Portland y la armada tuvo que permanecer durante tres meses en Inglaterra. Una vez en tierras inglesas, Juana pudo visitar a su hermana pequeña, Catalina, a la que no veía desde hacía diez años. 

Catalina, recibiendo esta visita, ya no era la princesa de Gales que le correspondería por estar prometida con Arturo, el heredero inglés y primogénito del rey Enrique VII, ya que el joven había muerto unos años antes. Juana y Felipe zarparon de nuevo rumbo a Castilla en abril del año 1506 y en vez de dirigirse a Laredo, donde les esperaban, fueron camino a La Coruña para así ganar tiempo y poder reunirse con nobles castellanos antes de presentarse ante el rey aragonés. Éste se había casado de nuevo con Germana de Foix, sobrina del rey Luis XII de Francia, y la dejó embarazada en espera de un nuevo hijo que sería el heredero. Es muy probable que ya entonces planease quitar de en medio a su hija Juana. Felipe, por su parte, consiguió el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana que acusaba al rey Fernando de hacer prevalecer los intereses de Aragón sobre los de Castilla. 

Por todo ello, el rey Fernando el Católico tuvo que firmar aceptando la llamada Concordia de Villafáfila y retirarse a su reino de Aragón con una serie de compensaciones económicas. La codicia del rey Fernando se vio truncada al perder el niño su segunda esposa cuyo nombre era Juan y sólo vivió unas horas. Tras la citada concordia, el archiduque flamenco accedió a acudir a la apertura de cortes en Valladolid en compañía de Juana, la heredera. No podía suponer que, ante las cortes, Juana la Loca se iba a dirigir a los presentes y, dando pruebas de tener plenas facultades mentales, les iba a ordenar acudir a Toledo porque su voluntad era ser jurada reina en su tierra natal. Felipe, conocedor de su absoluto ascendiente sobre Juana, consiguió forzar una precipitada ceremonia en la misma ciudad de Valladolid y poco después viajó hasta Burgos.

monumento en honor de la reina Juana I de Castilla en Tordesillas

En Burgos se le unió Juana, nuevamente embarazada por sexta vez. En su ambición, Felipe decidió incapacitar a Juana por demencia y la dejó incomunicada, lo que le permitió asumir el gobierno de Castilla con el nombre de Felipe I. A mediados de septiembre, el archiduque de súbito comenzó a sentirse mal con fiebres altas, convulsiones y un malestar generalizado que se atribuyó a la peste que azotaba Castilla desde comienzos del verano. A pesar de ello, Juana procuró en todo momento cuidar a su esposo. El reinado de Felipe I el Hermoso acabó siendo el reinado más breve de la historia ya que murió nueve días después en el Palacio de los Condestables de Castilla, a la edad de veintiocho años y -según varias fuentes- envenenado. 

Ya un par de años antes habían comenzado a proliferar en Castilla constantes rumores acerca de la supuesta locura de la reina Juana. También se ha especulado mucho con que Juana pudo heredar alguna enfermedad mental de la familia materna ya que su abuela, Isabel de Portugal y reina consorte de Castilla, padeció lo mismo durante su viudez después de que su hijastro, Enrique IV de Castilla, la exiliara a Arévalo, en Ávila, alejándola de sus dos hijos siendo una de ellas la futura reina Isabel I. La realidad es que investigadores recientes encontraron en el archivo de Simancas documentos que ponen en duda la locura de Juana. En 1505, ella misma dejaba en evidencia las ambiciosas intenciones de su padre, el rey Fernando, en una carta que Juana dirigió desde Bruselas al señor de Veyre, fechada en mayo de ese año. 

En la carta, afirmaba "(...) me juzgan que tengo falta de seso y me levantan falsos testimonios, igual que se los levantaron a nuestro Señor, hablad con el rey mi padre porque lo que esto publican no solo lo hacen contra mí. Yo sé que el rey mi padre tiene quejas de mí, pero esto debiera quedar entre padre e hijos. Si en algo yo usé de mi pasión no fue sino por celos". En otro documento, vuelve Juana a manifestar de su padre que "no falta quien diga que le place gobernar nuestros reinos". Ya en 1506, ante el duelo por la reciente muerte de Felipe, la reina Juana decidió, embarazada, trasladar el cuerpo de su esposo desde Burgos, donde había muerto, hasta Granada, tal como él había dispuesto viéndose morir. Para ello, la comitiva viajaba siempre de noche por los campos de Castilla limitándose los desplazamientos en un espacio reducido de territorios castellanos. 

La reina Juana no se separaría ni un momento del féretro y este traslado se prolongaría durante ocho fríos meses por tierras de Castilla. Acompañaban al féretro gran número de personas, entre las que se encontraban religiosos, nobles, damas, soldados y sirvientes diversos. Después de un tiempo así, los nobles obligados por su posición a seguir a la reina, se quejaron de estar perdiendo el tiempo en esa locura en lugar de ocuparse, como deberían, de sus tierras. La leyenda ha querido convertir esto en un peregrinaje amoroso pero, sin embargo, no fue más que una huida de la peste. Aunque Felipe había manifestado su voluntad de ser enterrado en Granada, la iglesia no recomendaba desplazar un difunto hasta pasados seis meses de su muerte. El cuerpo, por tanto, fue depositado en la Cartuja de Miraflores en espera de ser trasladado a su sepultura definitiva.
 
cuadro Doña Juana la Loca, por Francisco Pradilla en museo del Prado

En este recorrido por distintas localidades castellanas, el último parto de Juana tuvo lugar en Torquemada en enero de 1507, naciendo la pequeña Catalina, hija póstuma de Felipe. Muy probablemente, Juana escogió ese nombre para la criatura en honor a su hermana pequeña, Catalina, que tan bien la había recibido en tierra inglesa. En cuanto al gobierno del reino, la víspera de la muerte de Felipe I de Castilla, los nobles acordaron formar un consejo de regencia interina para gobernar provisionalmente el reino. Este consejo quedaba presidido por el cardenal Cisneros y formado por el almirante de Castilla, el condestable de Castilla, el duque de Nájera, el duque del Infantado, el embajador del emperador Maximiliano y el mayordomo mayor de Felipe. 

La nobleza y las ciudades castellanas tuvieron diversas contiendas acerca de quién debía desempeñar la regencia, pues hay quien quería al emperador Maximiliano durante la minoría de edad del príncipe Carlos, como los Manrique, Pacheco y Pimentel. Y, por otro lado, había quienes querían la regencia de Fernando II de Aragón tal y como quedó establecido en el testamento de la reina Isabel I y las cortes de Toro de años atrás, como los Velasco, Enríquez, Mendoza y Álvarez de Toledo. En aquellas cortes de Toro, el rey aragonés manifestaba "Una de las causas de haberme encargado esta administración y gobierno de estos reinos era que mucho antes de que falleciese, la reina nuestra señora conoció y supo de una enfermedad y pasión que sobrevino a la reina doña Juana". 

A pesar de ello, la reina Juana trató de gobernar en solitario Castilla con el consejo como regente de Cisneros, revocando e invalidando las mercedes otorgadas a los flamencos por Felipe, para lo cual intentó restaurar el consejo real de la época de su madre. Sin consultar a Juana, el cardenal Cisneros acudió al rey Fernando para que regresase a tierras castellanas pero, a pesar de los intentos del cardenal, nobles y prelados, Juana no reclamó en ningún momento a su padre para gobernar su reino y llegó a prohibir la entrada del arzobispo a palacio. Para dar legalidad al nombramiento de regente a Fernando II de Aragón, el consejo real y Cisneros buscaron encauzar el vacío de poder con la convocatoria de cortes, pero la reina se negó a convocarlas y los procuradores abandonaron la ciudad de Burgos sin haberse constituido como tales. 

Tras regresar de tomar posesión del reino de Nápoles, Fernando II el Católico se entrevistó con su hija Juana en agosto del año 1507 en la localidad burgalesa de Tórtoles de Esgueva. Tras una extensa entrevista, Juana le cedió el gobierno del reino de Castilla, aunque conservando ella el título de soberana, lo que permite cuestionarse el mayor o menor interés de Juana por el poder ya que no existe testimonio escrito de lo allí sucedido. En cualquier caso, tras pactar con su padre, Juana pasó nueve meses retirada con sus hijos Fernando y Catalina en Arcos mientras Leonor, Carlos, Isabel y María continuaron con su tía paterna en Flandes. Juana autorizó con su firma todas las decisiones del rey Fernando, con quien no mantuvo entonces ningún enfrentamiento. Aún así, en febrero del año 1509, el rey Fernando ordenó encerrarla en Tordesillas para evitar que se formase un partido nobiliario en torno de su hija. 

monumento en Tordesillas a Juana I de Castilla

Este encierro, en el Palacio Real construido durante el reinado de Enrique III, quizá también estuvo motivado para impedir las apetencias del rey de Inglaterra, Enrique VII, quien había manifestado su interés en casarse con Juana. El rey Fernando, que en principio contestó a la proposición diciendo que le placía el enlace, tuvo -quizá tras la negativa de Juana a cumplir este matrimonio- que salvar el asunto presentando a su nieto Carlos, príncipe de Asturias, como su sucesor a la vez que planteaba el matrimonio del ahora príncipe Enrique -tras la muerte del príncipe Arturo- con su hija pequeña Catalina, hermana de Juana, que aún seguía en la corte de Inglaterra. Este nuevo matrimonio se llevó a cabo zanjando así la oposición inglesa a la regencia de Fernando II de Aragón en tierras de Castilla. 

El emperador Maximiliano amenazó con traer a su nieto Carlos a Castilla y gobernar en su nombre, al temer el peligro de su sucesión. El rey Fernando aprovechó la debilidad del emperador en Italia frente a Venecia para asegurarse un acuerdo favorable en Blois en diciembre del año 1509, que respetaba la voluntad de Isabel I de Castilla a cambio de unas compensaciones económicas, por lo que el emperador renunciaba a sus pretensiones de regencia en Castilla y las cortes del año 1510 ratificaron a Fernando el Católico como regente hasta la mayoría de edad de Carlos. Por otra parte, el rey Fernando también se encargó de contener una vez más a la nobleza levantisca y a reprimir la ambición de aquellos que se habían mostrado partidarios del archiduque de Austria y ahora parecían reclamar la acción directa de la reina Juana. 

Mientras tanto, en el año 1515, la tercera hija de Juana, Isabel, fue nombrada reina consorte de Dinamarca y Noruega mientras su padre, el rey Fernando, incorporaba a la corona castellana el reino de Navarra, que había conquistado tres años antes. En el año 1516, cuando Carlos tuvo dieciséis años de edad, fue proclamado rey de Castilla y Aragón y decidió proseguir con el encierro de su madre y aguardar. El cautiverio empeoró, sin duda, el estado de Juana con huelgas de hambre, rotundas negativas a asearse y participar en celebraciones litúrgicas y con frecuentes ataques de ira. Ese mismo año 1516 se había producido la muerte del rey Fernando II el Católico, por lo que Juana había pasado a ser la nominal reina de Navarra y soberana de la corona de Aragón. 

Sin embargo, varias instituciones de la corona aragonesa no la reconocieron como tal en virtud de la complejidad institucional de los fueros y aceptando lo escrito por el rey Fernando II antes de fallecer. Éste dictó un nuevo testamento en el que, aunque reconocía a su hija Juana como su heredera universal, afirmaba que "según todo lo que de ella habemos podido conocer en nuestra vida, está muy apartada de entender en gobernación de reinos, ni tiene la disposición que para ello conviene". De esta forma, terminó nombrando "gobernador general de todos los reinos al ilustrísimo príncipe don Carlos, nuestro muy caro nieto, para que en nombre de la serenísima reina, su madre, los gobierne, conserve, rija y administre".

escultura a Juana I de Castilla la Loca en Tordesillas

Así pues, ante la ausencia del príncipe de Asturias, ejercieron la regencia de Aragón el arzobispo de Zaragoza siendo hijo bastardo del rey Fernando, y la regencia de Castilla el ya citado cardenal Cisneros hasta la llegada de Carlos desde Flandes. Éste se benefició de la coyuntura de la incapacidad de Juana para proclamarse reina, apropiándose de sus títulos reales. Así, oficialmente ambos, Juana y Carlos, correinaron en Castilla y Aragón. De hecho, Juana nunca fue declarada incapaz por las cortes de Castilla ni se le retiró título alguno y, mientras vivió, en los documentos oficiales debía figurar en primer lugar el nombre de la reina Juana. Aún así, en la práctica Juana no tuvo ningún poder real porque Carlos mantuvo a su madre encerrada. 

Tras la muerte del rey Fernando, la camarera de Juana, doña María de Ulloa no dudó en escribir a Cisneros refiriéndole las penalidades que la reina sufría. En la cumbre de su prestigio, el cardenal Cisneros siendo hombre de Estado, había asumido la regencia de Castilla y había utilizado las inmensas rentas que le proporcionaba su extenso y rico arzobispado de Toledo, en la conquista de la estratégica plaza norteafricana de Orán. No dudó en acudir a Tordesillas y debió horrorizarse ante lo que vieron sus ojos ya que destituyó a Ferrer de inmediato y condenó a azotes a muchos de los sirvientes del palacio. Se designó entonces, para atender a la reina, a Hernán duque de Estrada y, junto a éste, permanecieron el confesor de Juana, Juan de Ávila, y el médico Juan de Soto. 

Se trasladó también a Juana -junto a su hija menor Catalina- a mejores y más soleados apartamentos del Palacio Real de Enrique III, hoy destruido, y se le permitió acudir a misa al vecino convento de Santa Clara, anterior Palacio mudéjar, ordenándose que tanto sus habitaciones como las de la infanta Catalina estuvieran limpias y ordenadas siempre. Mientras, la hermana menor de Juana, María, quien había contraído matrimonio con el viudo de su hermana Isabel, el rey Manuel I de Portugal, murió en el año 1517. Tras esta muerte de María, Carlos decidió que su hermana mayor e hija primogénita de Juana, Leonor, sería enviada en matrimonio a la corte portuguesa cuando contaba con veinte años. Así, Leonor se convertía en la tercera esposa del citado rey Manuel que presentaba el título de infanta de Castilla. 

Un año y medio después de la muerte del rey Fernando, en 1519, el joven Carlos llegó a tierras castellanas como heredero y habiendo sido ya nombrado emperador del Sacro Imperio con el nombre de Carlos V, herencia de su abuelo Maximiliano. Buscando agradar a los castellanos, Carlos se dirigió enseguida a Tordesillas a visitar a su madre y lo hizo junto con su hermana, la infanta Leonor acompañados por su consejero Guillermo de Croy, señor de Chièvres. Hacía más de doce años que madre e hijos no se habían visto. La reina Juana apenas les reconoció, pero finalmente consiguió entablar conversación con ellos y, como había sucedido con su padre y con su esposo, aceptó todo lo que su primogénito le propuso. Probablemente, Carlos quedó convencido de la incapacidad de su madre para reinar.

doña Juana recluida en Tordesillas junto a su hija, por Francisco Pradilla

Poco después falleció el cardenal Cisneros sin reunirse con el emperador por lo que éste, desoyendo lo estipulado en el testamento de su abuela, que indicaba a los altos cargos de Castilla que debían permanecer en manos de castellanos, comenzó a repartir prebendas y responsabilidades entre su séquito flamenco. Las cortes de Castilla le recordaron las recomendaciones de la reina difunta y la existencia de una reina propietaria para la que solicitaron un alojamiento digno de su condición. Como respuesta, enterado del empeño de los comuneros en reconocer a Juana como única soberana, Carlos destituyó al duque de Estrada y puso en su lugar al marqués de Denia. Este marqués recibió la orden de que sólo debía tratar con el propio rey y que sólo a él había de rendir cuentas.

Entonces, el cerco en torno a la reina Juana fue estrechándose cada vez más cuando el marqués prohibió las visitas y no permitía tampoco que acudiera a misa. Juana llevaba once años encerrada y estalló una guerra sorda entre ella y su carcelero. Como signo de rebeldía, Juana se negó a recibir la comunión y a seguir toda práctica religiosa, con lo que consiguió añadir a su fama de loca la fama de hereje. Poco después y de forma inesperada, el conocido como levantamiento comunero del año 1520 sacó a Juana de su encierro durante tres meses y la instaron a que tomase el poder del reino en su lucha contra el emperador Carlos. Entonces el gobierno flamenco del cardenal Adriano de Utrecht se tambaleó y muchas ciudades y villas de Castilla se sumaron a la causa comunera. 

Los comuneros de Tordesillas asaltaron el Palacio Real donde se encontraba la reina Juana, obligando al marqués de Denia a aceptar que una comisión de ellos hablase con ella. Entonces Juana supo de la muerte de su padre y de otros acontecimientos que se habían producido en Castilla desde entonces. Días más tarde, Juan de Padilla también se entrevistó con ella, explicándole que la Junta de Ávila se proponía acabar con los abusos cometidos por los flamencos y proteger a su reina devolviéndole el poder, si es que lo deseaba, a lo cual Juana respondió "Sí, sí, estad aquí a mi servicio (...) antes tengo que sosegar mi corazón". La Junta de Ávila se trasladó a Tordesillas, por proximidad a la reina, y la localidad se convertiría por algún tiempo en centro de actuación de los comuneros. 

Todos ellos afirmaban que Juana se interesaba por los asuntos, salía, conversaba, cuidaba de su personal y, por si fuera poco, pronunciaba unas atinadas y elocuentes palabras ante los procuradores de la Junta que fueron recogidas por notarios y comenzaron a difundirse, aunque la Junta necesitaba la firma real para validar sus actuaciones. A su vez, una firma suya habría bastado para suponer el final del reinado de Carlos pero, como antes los partidarios del rey, tropezaron con la férrea negativa de Juana en firmar papel alguno. Cuando el ejército imperial consiguió derrotar a los comuneros, Carlos volvió a encerrar a su madre restableciendo en su cargo al marqués de Denia. Juana volvió a estar cautiva, como aseguraba Catalina cuando comunicaba a su hermano, el emperador, que a su madre no la dejaban siquiera pasear por el corredor que daba al río. 

firma de la reina Juana I de Castilla

"Y la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna sino que se alumbra con velas", añadía. Desde entonces, la vida de Juana se fue deteriorando progresivamente, como testimoniaron los pocos que consiguieron visitarla. En la vida exterior que se la privaba, ese año 1520, su hija Isabel, además de reina consorte de Dinamarca y Noruega pasó a ser reina consorte de Suecia al continuar en matrimonio con Cristián de Dinamarca. Y en 1521, su hija María, con dieciséis años de edad, marchó hacia Praga para contraer matrimonio con el rey Luis II de Hungría pasando a ser reina consorte de Hungría, Bohemia y Croacia. El mismo año 1521, a la muerte del rey portugués Manuel I, de nuevo la hija primogénita de Juana, Leonor, fue utilizada en asuntos de Estado por el emperador Carlos y fue llevada a la corte francesa para casarse con el rey francés Francisco I. 

En esta época comenzó a ser especialmente duro el servicio de los segundos marqueses de Denia, Bernardo Sandoval y Rojas y su esposa, Francisca Enríquez. El marqués cumplió su función con gran celo, como parecía jaztarse en una carta dirigida al emperador, aunque los episodios depresivos de Juana se sucedieran cada vez con más intensidad. En dicha misiva, el marqués de Denia aseguraba que, aunque Juana se lamentaba constantemente diciendo que la tenía encerrada "como presa" y que quería ver a los Grandes "porque se quiere quejar de cómo la tienen", el rey debía estar tranquilo, porque él controlaba la situación y sabía dar largas a estas peticiones. Para colmo, en el año 1525, su hija pequeña Catalina fue arrebatada de su lado.

El emperador Carlos decidió que su hermana Catalina se uniera en matrimonio con su primo, hijo del rey Manuel I y de la fallecida María de Aragón, es decir, el rey Juan III de Portugal el Piadoso. A día de hoy se sabe que Carlos, poco antes, pasó un mes en Tordesillas apropiándose de tapices, joyas, libros, objetos de plata e incluso vestiduras litúrgicas de la colección de su madre para que sirvieran como parte de la dote de su hermana Catalina y que se utilizaron para poder financiar el viaje de ésta a la corte portuguesa. Empezaba en este momento, para la reina Juana, una dura y muy amarga soledad que duraría hasta su muerte, treinta años después. El año siguiente, en 1526, murió su hija Isabel a los veinticuatro años, la cual desde su matrimonio había seguido ejerciendo como reina consorte en Dinamarca, Noruega y Suecia. 

Este mismo año 1526, una de las hijas de su difunta hermana menor María, la infanta Isabel de Portugal y hermana del rey Juan III, fue ese año la elegida por el emperador Carlos V para contraer matrimonio, por lo que, al ser hermanas las madres de los prometidos, tanto el emperador Carlos como la futura emperatriz Isabel eran nietos de la reina Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. En definitiva, entre ellos eran primos hermanos, como había ocurrido antes con el matrimonio de la pequeña Catalina en Portugal. El emperador decidió ese año que su luna de miel se llevase a cabo en Alhambra de Granada, mientras su madre continuaba encerrada. Poco después, en el año 1530, se produjo la muerte por enfermedad de Margarita de Austria, hermana de Felipe el Hermoso y sabia consejera de Carlos, habiendo sido la viuda del hermano de Juana, el príncipe Juan. 

arcos en el patio del Palacio mudéjar de Tordesillas

Esta muerte introdujo a Carlos en la tesitura de elegir un gobernador para los Países Bajos sustituyendo a su tía difunta y, por su expreso deseo, decidió que fuese su joven y viuda hermana María de Hungría quien pasase a gobernar dichas tierras. En el año 1536 murió en Londres la hermana pequeña de Juana, Catalina, quien había sido reina consorte de Inglaterra por su matrimonio con el rey Enrique VIII. También este año suavizó en parte el encierro de Juana por el cambio de gobernador en la villa, ya que al viejo marqués de Denia le sucedió su hijo, el cual trató con algo más de compasión a la reina. El propio emperador Carlos también fue aumentando con el tiempo las visitas a su madre y nunca por unas horas, sino que pasaba con ella varios días en Tordesillas

En concreto, en el año 1524, Carlos habría pasado junto a ella más de un mes sustrayéndole bienes, aunque también tuvo lugar una emotiva estancia en navidad del año 1536, ya con el servicio del nuevo marqués, cuando el emperador decidió pasar allí esas fechas acompañado de toda la familia imperial, es decir, su esposa la emperatriz Isabel de Portugal -a su vez, sobrina de Juana- y los tres hijos del matrimonio, Felipe, María y Juana. También la reina emperatriz en sus años de regencia de Castilla y Aragón, debido a la prolongada ausencia de Carlos, visitó en más de una ocasión a Juana. En los últimos años de su vida, la reina Juana comenzó a presentar grandes dificultades en las piernas, las cuales finalmente se le paralizaron y entonces volvió a ser objeto de discusión su indiferencia religiosa, sugiriendo algunos religiosos que podía estar endemoniada. 

En el año 1543, su nieto, el todavía príncipe de Asturias, Felipe, también viajó hasta Tordesillas para presentar a la reina Juana a su prometida y prima hermana recién llegada de Lisboa, siendo ésta a su vez nieta de Juana e hija de Catalina. La joven se llamaba María Manuela de Portugal, hija del rey Juan III. El príncipe Felipe también solicitó en el año 1551 a un jesuita, el futuro San Francisco de Borja, que visitara a su abuela y le diera su versión respecto a qué había de cierto en los rumores demoníacos. Después de hablar con ella, el jesuita aseguró que las acusaciones carecían de fundamento y que, dado su estado mental, quizá la reina no había sido tratada adecuadamente. Poco después, Francisco de Borja pasó a ser el mejor consuelo de los últimos años de Juana.

Los títulos nobiliarios que distinguieron a Juana a lo largo de su vida, de forma completa, fueron reina de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de El Algarve, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las Indias, de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano y señora de Vizcaya y de Molina por herencia materna. Por el testamento de su padre, Juana se convirtió en reina nominal de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Navarra, de Nápoles, de Sicilia y de Cerdeña, así como condesa de Barcelona, pero como ya se dijo varias instituciones de la corona aragonesa no la reconocían como tal por lo que la situación se frenó hasta que Carlos juró en su nombre como rey Carlos I, y en el nombre de su madre, los fueros de Aragón en el año 1518, Cataluña en 1519 y Valencia en el año 1528. 

escultura a Juana I de Castilla en Tordesillas

También Juana I de Castilla llegó a poseer los títulos de duquesa titular consorte de Borgoña, así como archiduquesa de Austria por su matrimonio con Felipe I de Castilla el Hermoso. Aún así, vivió durante cuarenta y seis años encerrada en Tordesillas desde que su padre la recluyera en el año 1509, permaneciendo casi medio siglo en una vivienda nobiliaria, encerrada y vestida siempre de negro y con la única compañía de su hija pequeña, Catalina, hasta que ésta siguiendo órdenes de su hermano, el emperador, marchó en 1525 para casarse con el rey Juan III de Portugal. Tanto el rey Fernando II de Aragón como el emperador Carlos V trataron de borrar cualquier vestigio documental del encierro de Juana y por ello no existe rastro alguno de la correspondencia intercambiada con ambos al respecto.

Incluso su nieto, ya coronado como rey Felipe II el Piadoso, ordenó quemar ciertos documentos relativos a su abuela. La reina Juana murió finalmente en Tordesillas, el doce de abril del año 1555 siendo Viernes Santo y contando setenta y cinco años de edad. En su último suspiro fue asistida por el ya citado Francisco de Borja, aunque en su lecho de muerte se negó a confesarse para recibir la extremaunción. De toda su familia, a pesar de vivir en un encierro la mayor parte de su vida, sólo la sobrevivieron sus hijos Fernando y Catalina, dado que Isabel había muerto y tan sólo tres años después de la muerte de Juana, durante el año 1558, murieron sus hijos Leonor, Carlos y María de Hungría. Catalina moriría tiempo después como reina consorte de Portugal y Fernando terminaría siendo emperador de Alemania y rey de Hungría y Bohemia.

El cuerpo de la reina Juana fue depositado primeramente en el actual convento de Santa Clara, dentro del palacio mudéjar en Tordesillas. Para descansar al lado de su amado Felipe el Hermoso y de sus padres, los reyes católicos, sus restos fueron trasladados a la Capilla Real de la catedral de Granada en el año 1573. El recuerdo de esta reina se fue desvaneciendo con el paso del tiempo, pero su figura resultó muy atractiva para el romanticismo porque reunía una serie de características muy valoradas como la pasión arrebatadora de un amor no correspondido, la locura por desamor y los celos desmedidos. Actualmente, se considera que Juana fue víctima de una confabulación por parte de su padre primero, el rey Fernando II de Aragón, y de su hijo después, el emperador Carlos V.

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