vista exterior del Palacio de la Aljafería en la ciudad de Zaragoza |
Zaragoza, ciudad y capital de la provincia homónima en la región de Aragón, está situada a orillas de los ríos Ebro, Huerva y Gállego, en el centro de un amplio valle. Su privilegiada situación geográfica la convierte en un importante nudo de comunicaciones. Su nombre actual procede del topónimo romano Caesar Augusta, que recibió en honor al emperador César Augusto en el año 14 a.C. Su denominación romana fue evolucionando, pasando muy posiblemente por el árabe Saraqusta.
En el año 714, Zaragoza es ocupada por el ejército musulmán al mando de Tarik Ibn Ziyad y su superior, el gobernador y general del califato omeya Muza Ibn Nusair, pasando a formar parte del califato de la Damasco de Suleimán y, por tanto, del emirato omeya dependiente con capital en Córdoba. Desde ese mismo año, Saraqusta fue un puesto avanzado en la lucha contra los cristianos del norte que se refugiaron en los valles pirenaicos de Ansó, Hecho, Sobrarbe y Ribagorza. Hacia el año 720 todo el valle del río Ebro y las ciudades más importantes de la región de Aragón estaban ya dominadas por el islam.
A la llegada de los musulmanes a la ciudad, aunque ésta mantenía la muralla romana, no estaba ocupada en todo su espacio intramuros y había solares en ruinas, como el que ocupaba el mismo teatro romano, ya desmantelado. Así, a principios del siglo VIII, la ciudad de Zaragoza no llegaba a los diez mil habitantes. Con la derrota ante los francos en Poitiers en el año 732, la frontera norte se constituyó en provincia fronteriza bajo el nombre de Marca Superior o Al-Tagr Al-Alá, comprendiendo el territorio aproximado entre las orillas del Mediterráneo y el nacimiento de los ríos Duero y Tajo, donde comenzaba la Marca Media.
Como las otras dos Marcas, era una región menos poblada, más pobre y más rural que las del sur. Al frente de la Marca Superior estaba el sahib de Saraqusta que ejercía el gobierno en nombre del emir omeya aún dependiente del califa de Damasco. Su lejanía a la capital emiral y su función de baluarte defensivo confirió a Saraqusta cierta autonomía, a menudo reconocida por el poder central cordobés, pues en lo militar favorecía tomar decisiones rápidas y ejecutar eficazmente iniciativas bélicas. Con la proclamación de Abd Al-Rahmán I como emir cordobés, en el año 756, se produce una ruptura con el califato abbasí de Bagdad y empieza una época de rebeliones contra Córdoba desde el valle del Ebro.
torreón de muralla medieval en Zaragoza |
Comienza también la presión cristiana de los marquesados y condados de la Marca Hispánica que dependían del poder carolingio ya que lograron tomar Urgel, La Cerdaña, Gerona y, en el año 801, Barcelona. El interés de Carlomagno en los asuntos hispánicos le movió a apoyar una rebelión de Sulaymán Al-Arabi, entonces gobernador de Saraqusta, que pretendía alzarse contra el emir cordobés con el apoyo de los francos a cambio de entregarles la plaza de Saraqusta. Carlomagno llegó en el año 778 a las puertas de la ciudad del Ebro. Sin embargo Husayn, el valí de Zaragoza, se negó a franquear la entrada a su ejército.
Debido a la complejidad de un largo asedio a plaza tan fortificada y alejados de su centro logístico, los francos regresaron camino de Pamplona, posiblemente destruyendo a su paso las fortificaciones de esta ciudad. Puede decirse que desde mediados del siglo IX, la Marca Superior fue la provincia más hostil a la dinastía omeya, con continuas insurrecciones encabezadas por rebeldes árabes y yemeníes. Para sofocarlas, los omeyas se apoyaron en los principales señores muladíes, sobre todo en los Banu Qasi, cuyo origen estaba en zona de la actual Tudela. Estos se aliaron con los Iñigo de Pamplona, cristianos vascones con quienes mantenían lazos familiares, con objeto de resistir a las dos potencias del momento en la zona: la omeya y la carolingia.
El carácter fronterizo hacía que la Marca Superior fuera escenario de lucha entre francos y andalusíes por delimitar sus dominios en esta región limítrofe, resultando de ello continuos cambios de alianzas de las que salieron reforzados los Banu Qasi -descendientes del conde visigodo Casio-, hasta el punto de que eran ya dinastía hegemónica. Esto se vio confirmado con el nombramiento, en el año 842, por parte del recién proclamado emir omeya Muhammad I, de un miembro de la dinastía citada, Musa Ibn Qasi, como gobernador de Tudela y, poco después otro de ellos, Musa Ibn Fortún, de la capital Saraqusta.
La población crece de modo que se habitan los primeros arrabales extramuros y se amplía la mezquita aljama en el año 856. Fue la época gloriosa de Musa II, el famoso moro Muza de la tradición cristiana, pues ejerció su dominio sobre toda la Marca y fortaleció su autoridad creando un auténtico principado y autodenominándose tercer rey, siendo los otros el citado emir omeya Muhammad I de Córdoba y el rey Ramiro I de Asturias, hasta el año 850, y Ordoño I posteriormente. Esta situación duró hasta el año 860, en que el propio Musa Ibn Qasi fue derrotado por el citado rey Ordoño I en Monte Laturce, con lo que el emir le destituyó del gobierno de la Marca Superior.
vista exterior de Torre del Trovador del siglo IX |
En el año 872, los hijos de Musa II se sublevan de nuevo contra el emir cordobés y tomaron Saraqusta. La autonomía de los Banu Qasi se mantuvo hasta que, tras numerosas discordias, el emir Muhammad I decidió poner fin comprándoles la ciudad en el año 884 por quince mil dinares de oro. La decadencia de esta dinastía se hacía efectiva en el año 890. Los Tuyibíes de origen yemení, que desde la llegada musulmana habían medrado en la zona de Calatayud y Daroca, obtuvieron el favor emiral desde la capital. En el año 924, el todavía emir Abd Al-Rahmán III impuso su autoridad desalojando a los Banu Qasi de su último reducto de Tudela e imponiendo al tuyibí Muhammad Alanqar.
Aún así, los nuevos señores de Saraqusta continuaron con la tendencia independentista frente al poder central de Córdoba. En el año 929, el hasta entonces emir Abd Al-Rahmán III se proclama califa e intenta asegurarse el control de las zonas más alejadas, pero los tuyibíes se rebelaron en diversas ocasiones siendo reprimidos por expediciones califales en los años 935 y 937. El conflicto se resolvió con un compromiso de Muhammad Ibn Háshim Al-Tuyibí de mantenerse fiel al califato a cambio de un régimen de protectorado que aseguraba a la Marca Superior cierta autonomía respecto al poder central cordobés y se mantuvo caracterizándose por un periodo de paz y lealtad al califa.
La población entonces, según estimación por hectáreas, alcanzaría los veinte mil habitantes. La conversión al islam proporcionaba el derecho a no pagar impuestos puesto que la ley coránica lo prohíbe. El grupo más numeroso en la Marca Superior formado por todo tipo de cristianos, desde linajes de rancio abolengo romano hasta campesinos o artesanos, adoptó el nuevo credo y se constituyó en el grupo social de los muladíes, con algunas familias importantes que accedieron al poder de distritos e incluso a gobernadores, dominando extensos territorios. Los judíos, perseguidos durante época visigoda, mejoraron mucho su situación dedicándose sobre todo al comercio, las finanzas, la política y la cultura. La judería de Zaragoza ocupaba el ángulo sureste de la medina.
Los mozárabes, cristianos fieles a su religión, gozaban de cierta autonomía aunque debían pagar impuestos ocupando el sector noroeste de la ciudad situado entre el palacio de la Zuda y la iglesia de Santa María, hoy basílica del Pilar. Los cristianos dispusieron de dos iglesias durante el dominio islámico, la ya citada de Santa María y la de las Santas Masas, situada extramuros y que luego sería de Santa Engracia. Posiblemente alrededor suyo también hubo una comunidad mozárabe. Los musulmanes respetaron durante todo este tiempo sus costumbres, religión, culto e instituciones. Tan solo consta un enfrentamiento en la pugna por Barbastro, que inflamó los ánimos de cruzada y yihad respectivamente y los mozárabes tuvieron que ser protegidos.
cancel mozárabe zaragozano de alabastro, siglo X |
En el último cuarto del siglo X, el periodo regido por Almanzor o El Victorioso, se estableció un férreo régimen militarista que impuso la hegemonía del estado centralista cordobés en toda la península, sofocando cualquier resistencia a la autoridad califal con energía. Zaragoza se constituyó en base principal de operaciones contra los cristianos del norte, pero con la unificación del nuevo rey de Pamplona, Sancho III el Mayor, que regía tierras navarras y aragonesas bajo su cetro, y la crisis en el califato de Córdoba, comenzó la imparable descomposición de las marcas califales que llevarían a Saraqusta a convertirse en el primer territorio formado como reino taifa.
Con la práctica desintegración del califato, la taifa de Zaragoza fue independiente desde el año 1018, experimentando un extraordinario auge político y cultural, sobre todo con la dinastía hudí o Banu Hud. El crecimiento más importante de la ciudad se experimentó en este siglo. En 1023 se realizó una nueva ampliación de la mezquita aljama y los arrabales se extendieron por todo el perímetro habitable de la ciudad fuera de la medina, hasta hacerse necesario un segundo muro de tapial que tenía portillos que coinciden con las actuales Puerta del duque de la Victoria, Puerta del Carmen y El Portillo. Existían arrabales situados al sur como el arrabal de Sinhaya que tomaba su nombre de la tribu bereber asentada allí donde hoy se encuentra Puerta Cinegia.
También existía un arrabal al este, el arrabal de las Tenerías o barrio de los curtidores. Al norte se encontraba el arrabal de Altabás, en la margen izquierda del río Ebro, donde se situaban los carniceros y el matadero. A mitad del siglo XI, la ciudad pudo llegar a albergar a unos veinticinco mil habitantes. Los pobladores de la ciudad entonces pertenecían a distintos grupos étnicos. La clase dominante, no muy numerosa, era la de los linajes árabes del sur o yemeníes, aunque también había un grupo de árabes del norte o sirios que aspiraron a dominar la taifa. El contingente bereber tampoco fue al principio abundante y se estableció en el arrabal de Sinhaya y en asentamientos dispersos y reducidos.
La taifa limitaba al sur con la pequeña taifa de Albarracín, gobernada por los Banu Razin, que ocupaba una zona de la actual provincia de Teruel, Por su parte, Saraqusta comprendía por el oeste las ciudades de Medinaceli, Soria, Calahorra, Arnedo, Alfaro y Tudela y llegaba por el este hasta el curso del Cinca, con ciudades como Barbastro, Monzón, Fraga y Lérida, la más importante, que no siempre acató la autoridad del reinado taifa de Zaragoza. Mundir I Al-Mansúr fue su primer rey taifa hasta el año 1022 titulándose hayib o mayordomo de palacio que era el rango que ostentaron Almanzor y sus descendientes y que adoptaron los primeros reyes taifas para significarse en independencia.
arquerías del período taifa en el pórtico del Salón Dorado de la Aljafería |
Al afirmarse en el poder se apresuró a atraer algunos de los literatos más brillantes de la época que huían desde el sur de las guerras en la crisis del califato. Entre ellos, el célebre poeta Yusuf Ibn Harun Al-Ramadi, panagirista de Almanzor, que difundió en Zaragoza las modas líricas cordobesas dirigiendo elogios poéticos a los tuyibíes. También destacó el poeta y filólogo iraquí Said Al-Bagdadi, maestro de Ibn Hayyan, conocido como Avempace, e Ibn Hazm. Mundir I quiso dar a Zaragoza categoría de gran corte y, para ello, comenzó a reformar edificios como la mezquita aljama, emplazada donde hoy está la catedral, siendo ampliada construyendo también nuevas termas.
Se rodeó en la corte también de secretarios-poetas entre los que destacaron Ibn Darray, de estilo preciosista, o Said Al-Baggadi. En cuanto a las ciencias, destacó Ibn Hasan Al-Kattani, médico personal de Almanzor que cultivó también la lógica escribiendo varios tratados sobre la inferencia y la deducción, cobrando fama sin embargo por su Libro de las metáforas de las poesías andalusíes. También fue extraordinario el núcleo de pensadores y literatos judíos como Yequtiel Ben Ishaq, poeta que llegó a ser visir o el filólogo cordobés Marwan Yonah Ben Yanah que, a la vez que ejercía como médico, cultivaba la filosofía siendo profundo conocedor del árabe, hebreo y arameo.
Aunque la eminencia judía de esta taifa corresponde a Ibn Gabirol, gran poeta y filósofo conocido por los cristianos como Avicebrón. Mientras Mundir I sufría algunos ataques a plazas por tropas del ya mencionado Sancho III el Mayor de Pamplona, se alió con Barcelona y con Castilla logrando mantener en paz su reino. Al rey Mundir I le sucedió su hijo Yahya Al-Muzaffar y éste continuó las hostilidades contra el rey de Pamplona emprendiendo una campaña contra Nájera, logrando cautivos y botín. Se casó con la hermana de Ismail, entonces rey taifa en Toledo, y fruto de ese matrimonio nacería su sucesor, Múndir II Mu'izz Ad-Dawla, aunque gobernaría solo dos años, hasta 1038, al ser asesinado por su primo Abd Allah Ibn Hakam, que aspiraba al trono.
Aunque acuñó moneda, este último solo reinó veintiocho días, ya que los notables de la ciudad comenzaron pronto a conspirar apoyándose en la que sería la siguiente dinastía reinante. De este modo, entre los años 1039 y 1110, comenzó el poder de la dinastía hudí o Banu Hud. Tras violentas agitaciones, Sulaymán Al-Musta'in fue proclamado primer rey hudí, el mismo que veinte años antes durante la dinastía tuyibí había gobernado Lérida y Tudela. Como ya se dijo, con esta dinastía se llegó en Saraqusta al máximo esplendor político y cultural. Sulaymán había destacado en el ejército de Almanzor y durante el periodo tuyibí como gobernador había estado solo relativamente sometido al reino zaragozano.
tratado de medicina de Al-Kattani |
En época de disturbios y vacío de poder, el prestigio de Sulaymán hizo que fuera bien acogido en la Zuda, nombre dado al alcázar del gobernador. Asumió el poder y se lo aseguró instalando a sus hijos como gobernadores de los distritos de Huesca, Tudela y Lérida. Se alió también con el rey Fernando I de León para intentar extender sus territorios a zonas de la actual Guadalajara, ante la oposición del rey taifa de Toledo, que buscó como aliado a García de Pamplona, siendo ambos cristianos hijos del rey Sancho III el Mayor. Estas alianzas eran conseguidas a cambio de pagos anuales, por lo que Toledo y Zaragoza comenzaban a pagar parias a los cristianos, circunstancia que iría debilitando su poderío económico, militar y político en beneficio de los reinos cristianos del norte.
El primer rey hudí murió en el año 1047, pero ya antes comenzaron las tendencias separatistas de sus cinco hijos que terminaron por separarse en Lérida, Huesca, Tudela, Calatayud y Zaragoza. Le sucedió en el trono zaragozano Ahmad I Al-Muqtádir quien consiguió reunir bajo su mandato las tierras disgregadas tras el reparto de los dominios hecho por su padre Sulaymán. Solamente Yusuf, gobernador de Lérida, resistió durante treinta años los intentos de reintegración de su hermano hasta que fue hecho prisionero en el año 1078. Su reinado solo tuvo igual en la Sevilla de Al-Mutámid en cuanto a esplendor político y cultural en el siglo XI.
Sin duda, el gasto más importante para las arcas del rey Al-Muqtádir fue el ser tributario del poderoso reino de Castilla, que le defendía de los ataques del rey aragonés. Ya en el año 1060, el rey Fernando I de León cobraba el impuesto anual del rey zaragozano. En 1058 había intentado firmar la paz con su ya citado hermano Yusuf de Lérida para evitar pagar parias al conde de Barcelona, Ramón Berenguer I. Las fronteras de la taifa con Al-Muqtádir llegaron hasta el sur de levante cuando, a partir del año 1076, sumó a su dominio la taifa de Denia y obtuvo el vasallaje de Valencia obteniendo con ello una salida al mar Mediterráneo.
A pesar de todo ello, Zaragoza siempre estuvo en una posición delicada, involucrada en interminables luchas por las tierras limítrofes de Navarra y Castilla, en las zonas de Tudela y Guadalajara, y también amenazada gravemente en el norte por el reino de Ramiro I de Aragón hasta el año 1063. Este primer rey aragonés intentó repetidas veces apoderarse de lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. Al-Muqtádir, al frente de un ejército que incluía un contingente de tropas castellanas al mando del rey Sancho VII de Navarra el Fuerte y que contaba entre sus huestes con un joven Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, consiguió rechazar a los aragoneses que perdieron en la batalla a su rey.
máxima extensión del territorio taifa con Al-Muqtádir |
Poco duraría ese éxito puesto que el sucesor en el trono de Aragón, Sancho I Ramírez, a su vez rey de Pamplona, con la ayuda de tropas de condados francos ultra-pirenaicos, tomó Barbastro en el año 1064 en lo que se considera una de las primeras llamadas a la cruzada. Al año siguiente, Al-Muqtádir reaccionó solicitando la ayuda de todo Al-Ándalus llamando a su vez a la yihad y volviendo a recuperar Barbastro en el año 1065. Este triunfo le permitió tomar el sobrenombre de Al-Muqtádir bi-L-Lah o El Poderoso gracias a Allah. El rey aragonés tomaría Alquézar y, para oponérsele, Al-Muqtádir firmó tratados en los años 1069 y 1073 por los que obtenía la ayuda navarra a cambio de parias.
Esa fructífera alianza duraría poco ya que en 1076 el rey Sancho IV de Pamplona fue asesinado y, a su muerte, Sancho I Ramírez de Aragón fue proclamado también rey de Navarra y la unión de ambos reinos supuso a Al-Muqtádir y a Yusuf pagar nuevas parias a sus vecinos cristianos, en especial al ya poderoso rey Alfonso VI de Castilla y León. Poco después, todos los reinos -tanto cristianos como musulmanes- aspiraban a conseguir Valencia en un difícil juego de diplomacia y, a su vez, estaban recelosos del excesivo poder que acumulaba la taifa de Zaragoza. Al-Muqtádir, sin duda, más allá de la grandeza política y militar desplegada, había conseguido hacer de Saraqusta una corte sabia debido mayormente a sus amplias inquietudes culturales.
Como muestra del esplendor de su reino mandó erigir el palacio-fortaleza de La Aljafería, en la Almozara donde se celebraban ejercicios militares. En los salones de este palacio se gestó un importante centro de cultura con intelectuales de todo Al-Ándalus y se creó la primera escuela estrictamente filosófica andalusí, cuya figura descollante fue el llamado por los cristianos Avempace, que nació en Zaragoza entre 1070 y 1080. El sucesor de Al-Muqtádir, conocido como Yusuf I Al-Mu'taman que reinó entre 1081 y 1085, se sirvió de un mercenario castellano, el antes citado Rodrigo Díaz de Vivar o el Cid (derivando del árabe Síd o Señor), que había sido desterrado por su señor natural.
Al-Mu'taman colocó al de Vivar al frente de las tropas de la taifa zaragozana resistiendo el empuje del reino aragonés. Al-Mu'taman había heredado la parte occidental de la taifa de Zaragoza que comprendía la misma Zaragoza, Tudela, Huesca y Calatayud, quedando su hermano Mundir con la zona costera comprendiendo Lérida, Monzón, Tortosa y Denia. A esta época pertenecen los mayores servicios prestados por el Cid en la corte hudí, aunque éste ya había estado al servicio de Al-Muqtádir en sus últimos años de vida. El Cid recibió además el encargo de incorporar a Zaragoza los territorios orientales de su pariente Mundir de Lérida, aliado con Aragón. Los enfrentamientos en la franja fronteriza fueron constantes, pero ninguno de los dos hermanos logró reunificar el territorio paterno.
vista del Patio de Santa Isabel en el interior de la Aljafería |
El mercenario castellano seguiría sirviendo a Al-Mu'taman hasta el año 1086, momento en que Zaragoza fue asediada por las tropas del rey Alfonso VI de Castilla y León, aunque aún no se sabe si esto fue debido a un conflicto de intereses de El Cid. Las relaciones de Zaragoza con su protectorado en Valencia se estrecharon mediante matrimonio casándose Al-Mu'taman con la hija de Abu Bakr, quien controlaba Valencia. Celebrados los esponsales, las alianzas matrimoniales duraron poco, pues Abu Bakr moría en verano y Al-Mu'taman en otoño. Esto, sumado a que el rey Alfonso VI tomaba ese mismo año Toledo, inutilizaba el pacto de vasallaje que se había establecido en Zaragoza.
Así, el reino taifa zaragozano quedaba roto, sin conexión con su posesión de Denia y se interrumpía, por otro lado, el eje de comunicación natural Zaragoza-Calatayud-Guadalajara-Toledo con el resto de Al-Ándalus. Al-Mu'taman fue un rey erudito, protector de las ciencias, la filosofía y las artes. Continuó la labor de su padre Al-Muqtádir de rodearse de una corte de sabios que tenía como marco el bello Palacio de La Aljafería llamado en esa época Palacio de la Alegría o Qasr Al-Surur. El mismo Al-Mu'taman era un sabio que dominaba la astronomía y la filosofía. Era profundo conocedor de matemáticas y se conserva un tratado suyo, el Libro de la perfección y de las apariciones ópticas.
En este libro, el rey Al-Mu'taman propone demostraciones más elegantes de las que hasta entonces se conocían a complejos problemas matemáticos, siendo el volumen un compendio de las matemáticas griegas de Euclides y Arquímedes, entre otros, aunque Al-Mu'taman introdujo también teoremas originales. Su obra fue transmitida a través de Maimónides a Egipto y, de allí, se difundió por el centro de Asia, documentándose incluso en la ciudad de Bagdad en el siglo XIV, si bien su influencia no llegó a Occidente. A su muerte le sucedió en la taifa de Zaragoza su hijo Ahmad Al-Mustaín II.
Cabe destacar que este cuarto monarca hudí contó en la corte con el poeta zaragozano más importante del siglo XI, Al-Yazzar Al-Saraqusti, conocido por su oficio de Yazzar, es decir Carnicero, siendo ejemplo del posible ascenso social en la sociedad andalusí pues llegó a poeta áulico y secretario-visir con Al-Mu'taman y con el propio Al-Mustaín II. Escribió panegíricos a ambos reyes, aunque destacó sobre todo en el género burlesco como autor de conocidos epigramas. Entonces el avance del reino aragonés era ya muy importante y se sumaba que el resto de las taifas, enzarzadas en guerras y debilitadas tras la conquista de Toledo por el Alfonso VI de León el Bravo, no podían prestarle apoyo.
detalle de arco en pórtico de la Aljafería |
Ante esta situación, el rey Al-Mutámid desde Sevilla pidió a los reinos taifas de Badajoz y Granada que se unieran a él para solicitar la intervención de Yusuf Ibn Tasufín, emir de los almorávides, que acudieron en ayuda de las taifas hispanas y consiguieron vencer a la coalición de reinos cristianos encabezados por Alfonso VI en el año 1086 en la conocida como Batalla de Sagrajas. Esta derrota libró a Zaragoza de la presión por un tiempo, pues ese año la ciudad estaba sitiada por el rey Alfonso VI, que debió levantar el cerco para enfrentarse a los almorávides. En el año 1090, el imperio almorávide reunificó las taifas como protectorados sometidos al poder central desde Marrakech y destituyeron a todos los reyes de taifas excepto a Al-Mustaín II, que conservó buenas relaciones con los almorávides.
Gracias a ello y a que Zaragoza suponía una avanzadilla frente a los cristianos, pudo mantenerse como rey independiente. Mientras, para oponerse al rey aragonés, seguía pagando fuertes parias a su protector. Al-Mustaín II consiguió mantener un difícil equilibrio político entre dos fuegos, pero en el año 1110 fue derrotado y muerto en la Batalla de Valtierra, cerca de Tudela, frente al rey Alfonso I de Aragón el Batallador, el tercer monarca de la dinastía aragonesa. Le sucedió Abdelmalik y adoptó el título honorífico de Imad Al-Dawla, es decir, Pilar de la Dinastía, pero ya no pudo mantener la presión ante cristianos y almorávides llegando a ser, prácticamente, vasallo de Castilla. Los almorávides no veían bien esta situación y acabaron entonces con la dinastía hudí en la taifa zaragozana.
El primer gobernante almorávide en Zaragoza fue Muhammad Ibn Al-Hayy, quien había sido gobernador de Valencia, tomando el mando en el Palacio de la Aljafería en el año 1110. Con ello se llegó a la máxima extensión del imperio almorávide, cuya frontera norte seguía aproximadamente los cursos de los ríos Tajo y Ebro. Gobernó intentando contrarrestar el avance de las tropas cristianas del reino de Aragón y después gobernó Ibn Tifilwit hasta el año 1117, el cual se rodeó de un ambiente de poetas y filósofos que huían del integrismo del sur. Este segundo gobernador almorávide se encontraba en los salones del Palacio de la Aljafería rodeado de lujo y con una corte repleta de intelectuales donde sin duda destacaba Ibn Jafaya de Alzira y el gran filósofo andalusí Avempace.
ataurique taifa en la Aljafería |
Ibn Jafaya, de Alzira, era uno de los más importantes poetas del periodo almorávide cultivando un estilo manierista con el que recreaba ambientes exquisitos como en las descripciones de jardines que le valieron su apodo de El Jardinero o Al-Yannan. El gobernador Ibn Tifilwit terminó nombrando a Avempace como gran visir, el equivalente al actual jefe de gobierno. Zaragoza era una ciudad andalusí muy importante, mayor que Valencia y Mallorca, siendo sólo superada por Córdoba, Sevilla y Toledo como así lo atestigua el célebre geógrafo Al-Idrisi en este siglo XII, describiendo la ciudad y el material más usado en su construcción: el alabastro.
"Saraqusta es una de las principales ciudades de Al-Ándalus. De gran extensión, populosa y amplia. Tiene anchas calles y vías y bellas casas y viviendas. Está rodeada de jardines y vergeles, y tiene una muralla construida en piedra, inexpugnable. La ciudad de Saraqusta recibe el nombre de Madinat Albaida (La Ciudad Blanca) y se debe a su abundancia de encalados y enlucidos". Los geógrafos también destacaron la abundancia y feracidad de la huerta zaragozana, empezando por su situación privilegiada. "Saraqusta parece una motita blanca en el centro de una gran esmeralda (refiriéndose a la muralla de la medina circundada por sus huertas) sobre la que se desliza el agua de cuatro ríos, lo que la hace aparecer como mosaico de pedrería" escribía Al-Qalqasandi en Subh al-asa fi sana'at al insa.
Los cultivos horto-frutícolas, de gran abundancia y bajo coste de producción, se transportaban en barcazas por el Ebro. También se cultivaba cereal en los llanos de la Almozara y en las zonas periurbanas situadas entre el muro defensivo de adobe y la muralla de piedra de la medina. Eran asimismo de gran celebridad las ciruelas saraqustíes, una variedad que recibió el nombre de la ciudad, y la bontroca saraqustiya, una planta de propiedades medicinales. En la industria destacaba por sus curtidos de piel, siendo muy conocidas en todo el islam las pellizas zaragocíes que, en palabras del geógrafo Al-Udri en el siglo XI, eran "de elegante corte, perfectos bordados y textura sin igual" añadiendo que "no tienen rival ni pueden imitarse en ningún otro país del mundo".
No menos famosos eran los tejidos de seda bordados y los tejidos de lino, aunque estos últimos eran superados en fama por las manufacturas lináceas de la ciudad de Lérida. Por su parte, la alfarería en Zaragoza era también muy reputada, sobre todo la cerámica de loza dorada o esmaltada en verde, industria en la que rivalizaban en esta zona Calatayud, Barbastro, Albarracín, que era también -como se ha dicho- una taifa independiente, y la propia ciudad de Zaragoza. Por lo que respecta a la industria metalúrgica se elogian las espadas, yelmos y joyas que portaba el rey taifa zaragozano.
vista frontal de la entrada al pequeño oratorio del Palacio de la Aljafería |
También la ciudad era privilegiada en cuanto a su actividad comercial. Equidistante de Toledo, Valencia y la salida al mar por Tortosa, navegando el río Ebro con sus barcazas, hicieron a Zaragoza sede de importantes mercados entre los que destacaba el de esclavos procedentes de Europa del este, sobre todo, algo que era conocido por todo Al-Ándalus. En las prospecciones arqueológicas de la restauración del Palacio de la Aljafería se encontró un plato de porcelana china de lujo, datado en el siglo XI, lo que puede dar idea de la envergadura de los intercambios comerciales en la Zaragoza islámica.
Finalmente en el año 1117, tras la muerte de Ibn Tifilwit, la regencia de Zaragoza fue gestionada durante unos meses por el gobernador de Murcia. Al año siguiente, en 1118, el rey aragonés Alfonso I el Batallador, con ayuda de los cruzados franceses y las órdenes militares bajo bandera cristiana, puso sitio a la ciudad del Ebro desde algunas posiciones avanzadas, como el castillo de Miranda, el castillo de Juslibol y El Castellar, culminando el asedio a la ciudad a finales de ese año produciéndose entonces la conquista de Zaragoza en el año 1118 por los reinos cristianos. La pérdida de Zaragoza supuso un duro golpe para el islam peninsular, tan sentida como antes fuera la de Toledo.
Por entonces, tres cuartas partes de sus habitantes eran muslimes; el resto, judíos y mozárabes. Tras la conquista cristiana, unos cincuenta mil emigraron a territorio andalusí. El rey Alfonso I el Batallador permitió a los musulmanes de Zaragoza residir intramuros un año, para luego instalarse extramuros, en el arrabal de los Pelliceros. En la capitulación pactada en el año 1118, concedíase que mantuvieran sus propiedades, religión, lengua y gobierno, abonando solo los impuestos que antes pagaban al gobierno musulmán. También pudieron conservar tres mezquitas para el culto: La Mayor, la de Pertollas y la mezquita Vieja.
En la actualidad, en la calle de Alonso V y calle Asalto se encuentran todavía partes de las murallas medievales de Zaragoza. Se realizaron en ladrillo, al contrario que las murallas romanas que eran levantadas en piedra. Tras el crecimiento de la ciudad medieval en los siglos XIII y XIV surgieron dos barrios o burgos de carácter gremial que rebasaban el perímetro de la ciudad amurallada romana y estos eran San Pablo, al oeste, y La Magdalena al este y cuyas torres mudéjares se engloban en la Arquitectura mudéjar de Aragón. Para defender este último enclave se construyó la muralla de ladrillo como nueva línea defensiva, reforzada además por el curso del río Huerva.
torres mudéjares en la actual iglesia de San Pablo, Zaragoza |
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