La música en Al-Ándalus

Asociación en Granada en honor a Ziryab

El islam fue el crisol de un arte musical que se plasmó como fruto de una permanente interacción entre árabes, persas, turcos e hindúes. La ortodoxia islámica es, en principio, muy reservada en su actitud hacia la música. La liturgia islámica la ignora. La mayoría de teólogos estuvieron francamente contra ella. Solo fue importante para las órdenes místicas, sin embargo, la música forma parte de la práctica islámica.

La primera práctica musical del islam fue y es el adan o llamada a la oración, a cargo del muecín al que puede juzgarse por el impacto emocional de voz y su fraseología musical, realizándola en la mezquita antes de cada oración. La segunda práctica musical llevada a cabo en la mezquita es la lectura o salmodia del sagrado Corán, labor encomendada a un solista, el almocrí -del árabe muqri- que emplea una profusa ornamentación. Esta desarrolló la 'ilm al-qira'a o ciencia de la recitación.

Otra característica del misticismo islámico es el dhikr (recuerdo, memoria, invocación). El dhikr es la repetición de alguna palabra laudatoria en exaltación de Dios acompañada o no de movimientos rítmicos, música y danza. El canto de los poemas místicos y el baile acompañado por instrumentos musicales es una de las bases de sus métodos de realización espiritual. Los sufíes creían que podían encontrar en la música el eco eterno de la primera palabra. Deseaban que la música fuese una ayuda en su vocación de armonizarse con el ritmo cósmico y alcanzar la contemplación de la realidad divina.

detalle en la puerta de San Ildefonso, mezquita de Córdoba

La música desempeñó un importante papel en la corte de los omeyas, en su capital en Damasco, así como en la de los abbásidas, en su capital en Bagdad. El califa Harún Al-Rachid y sus sucesores la protegieron con la misma dedicación que se brindaba al resto de las ciencias y las artes. El período más floreciente, sin duda, se produjo con la llegada de los abbasíes al poder en el año 750. Bagdad pasó a ser el centro de todas las artes y la música fue protegida y mimada, considerándose como la Edad de Oro de la música islámica.

La música obligaba a una primera evolución de la qasida y los poemas, por tanto, debían aligerar su forma y contenido. Bien estaba la solemne qasida de tipo pre-islámico para ser utilizada por los poetas oficiales de la corte omeya como Al-Farazdaz, Yarir y Al-Ajal, como lanzas para combatir a los enemigos del califa o cantar sus alabanzas, pero la música requería temas más ligeros: los nasíb, la parte de la qasida que trata del amor, es la que mejor se prestó para ser cantada, además de era el tema que más gustaba al público femenino.

El género femenino era numeroso en el hiyaz. En efecto, en aquella época los hombres estaban lejos, conquistando o gobernando las nuevas tierras del Islam y las mujeres prefirieron quedarse en casa. Recordemos que las hermanas de Abd Al-Rahmán I escogieron quedarse en Siria cuando su hermano les invitó a viajar a Al-Ándalus, en donde se había convertido en emir. Estas viudas o huérfanas, de hecho, liberadas ya del trabajo de la beduina, gustaban de escuchar canciones de tema sentimental.

muralla de Sevilla, barrio de Santa Cruz

La relación poesía-música-cantoras constituirá un ente indestructible en Al-Ándalus. En el siglo IX, durante el emirato cordobés, el príncipe omeya Al-Mutarrif, siendo hijo de Muhammad I y nieto de Abd Al-Rahmán II, mientras su padre ordenaba levantar una serie de fortalezas en el territorio de frontera de la Marca Media -entre ellas la de Maŷrit o Magerit, que sería embrión de la futura ciudad de Madrid-, el príncipe se rodeaba de bellas esclavas cantoras a estudiar música hasta que consiguió el dominio del laúd con el que acompañaba para cantar sus poemas.

La historia ha conservado la memoria de una pléyade entera de cantantes y músicos famosos de la época andalusí. Cabe mencionar a Abulhasán Alí Ibn Nafi, músico persa y tañedor de laúd en la corte del califa y más conocido como Ziryab o también Pájaro negro cantor (debido a su tez morena, fluidez de la palabra y dulce carácter). Fue discípulo del laudista Ishaq Al-Mawsuli (años 767-850) y se trasladó a Kairauán y después a Córdoba durante el califato de Abd Al-Rahmán II (años 822-852), encontrando en Al-Ándalus una tierra de respetuosa convivencia y el lugar adecuado para seguir la tradición oriental, al mismo tiempo que pudo desarrollar su espíritu creador, inventando nuevas formas musicales. 

Se puede afirmar que creó en Córdoba lo que se puede considerar como el primer conservatorio de música en el mundo islámico. Ziryab también realizó importantes modificaciones en el laúd, al añadirle una quinta cuerda. El laúd sólo tenía cuatro cuerdas las cuales, según el simbolismo de los teóricos, correspondían a los humores del cuerpo humano: la primera amarilla simbolizando la bilis; la segunda teñida de rojo simbolizando la sangre; la tercera blanca sin teñir simbolizando la flema y el bordón estaba teñido de negro, color simbólico de la melancolía. La quinta cuerda añadida por Ziryab representaba el alma, hasta entonces ausente en el laúd; estaba teñida de rojo y colocada en el centro, entre la segunda y la tercera. 

detalle de arcos en Alcázar Genil, ciudad de Granada

De este modo, el laúd adquirió grandes posibilidades y mayor delicadeza en la expresión. El laúd, a partir del siglo IX, sería considerado como el sultán de los instrumentos islámicos. Por su parte, el historiador Ibn Hayyán dejó escrito lo siguiente "Aún es práctica constante en Al-Ándalus que todo aquel que empieza a aprender el canto, comienza por el anejir (recitado en verso) como primer ejercicio, acompañándose de cualquier instrumento de percusión; inmediatamente después, el canto simple o llano para seguir luego su instrucción y llegar al fin a géneros movidos, hasta los hezeches, según los métodos de enseñanza que introdujo Ziryab".

Y es que podría decirse que Ziryab fue también un innovador en la enseñanza del canto. Su método lo dividía en tres partes o tiempos. Primero la enseñanza del ritmo puro, haciendo que el discípulo recitase la letra acompañado por un instrumento de percusión, un tambor o un pandero que señalara el compás; segundo, la enseñanza de la melodía en toda su sencillez, sin añadidos de ninguna clase; y tercero, los trémulos, gorjeos, etc, con que se solía adornar el canto, dándole expresión, movimiento y gracia, en lo cual se dejaba ver la habilidad del artista. Este método se hizo muy popular en Al-Ándalus.

Ziryab introdujo en Al-Ándalus las armonías orientales de origen greco-persa sobre las que germinarían gran parte de las músicas tradicionales que surgieron posteriormente en ciertas áreas de la península. Su aportación fue muy importante porque redujo la improvisación tanto de ritmo como de modo, que era recurrente a la hora de llevar a cabo el cante árabe andalusí, y sentar una serie de premisas para que se reconociera aún más este arte. 

camellos en playa de Assilah, en el actual Marruecos

La asignatura pendiente era la combinación de la música hispánica, de tradición europea, con la oriental, que ya había intentado Salim, el músico de Al-Hakén I en el siglo VIII. Seguramente algún tipo de combinación se logró en la música que acompañaba a las moaxajas y que perfeccionó Ibn Bayya, más conocido por los cristianos como Avempace, en la música del zéjel, siendo también el ya citado Ziryab el primer compositor de los cantos árabes conocidos con el nombre de moaxajas

También pertenecieron a Ziryab las primeras normas que se introdujeron para la sucesión de cantos. Estos se conocen en Turquía en la actualidad como faacelosval en el mundo oriental y en África se le nombra como la nuba. En cuanto a la instrumentación hubo igualmente grandes innovaciones, sobre todo el propio laúd de Ziryab, el cual -según algunas fuentes de la época- pesaba un tercio menos que los laúdes convencionales. 

Las cuerdas eran de una seda que no se había hilado con agua caliente, ya que de lo contrario serían más débiles. El bordón y la tercera las fabricó con intestino de cachorrillo de león, lo que otorgaba más dulzura, limpieza y sonoridad que las hechas con las tripas de otros animales. Las cuerdas de tripa de león eran más fuertes y soportaban mejor la pulsación del plectro. Y lo fundamental, el episodio más conocido y que ya se ha comentado al añadirle una quinta cuerda al instrumento.

Patio nazarí de la Alberca, en la Alcazaba de Málaga

Todos los hijos de Ziryab fueron músicos y maestros, si bien de entre los varones hubo uno, Obaidala, que fue un prestigioso cantante de la época. Sus hermanos, Abd Al-Rahmán, Kassim y Muhammad fueron músicos de igual renombre. De sus hijas, Alia fue la continuadora de su padre en las tareas didácticas y fue una maestra de canto muy solicitada. Así, todo el entorno del maestro de Bagdad, hijos, hijas y esclavas, formaron parte de este elenco de profesores que hizo que la música, en el posterior siglo XI, fuera particularmente importante.

Said de Bagdad, poeta de la corte de Almanzor en el siglo X, podía presumir de dominar el laúd, además de la filología y la literatura, pero con la llegada de los reinos de taifas (años 1023-1091), la música gozó de un verdadero período de esplendor. Las escuelas de música acogían a mujeres, tanto a musulmanas como cristianas que, tras una dura etapa de formación en filosofía, geometría, astrología, geografía y música entre otras disciplinas, pasarían a formar parte de orquestas, amenizando las tertulias palaciegas y cortesanas. 

Según Averroes (años 1126-1198), entre otras cosas maestro de filosofía, la música en Al-Ándalus fue también cultivada en la ciudad de Sevilla con mucha pasión. Reinos de taifas como el abbadí de Al-Mu'támid en esta ciudad, en el siglo XI, eran conocidos por contar con importantes orquestas compuestas de músicos y cantoras musulmanas andalusíes. Al-Mu'támid apreciaba y escribía poesía rodeándose en su corte de grandes poetas y de su puño y letra sabemos que sentía más que nada, en su destierro de Agmat, la falta de sus cantoras mientras su hijo Ar-Rasib era un virtuoso del laúd. 

vista de Alhambra de Granada desde la chopera

Los filósofos, en general, discutían la estética musical, los efectos de los sonidos sobre el alma humana y su poder de expresión. La música se consideraba como una rama de la filosofía y de las matemáticas. En este campo, los creadores y los teóricos eran los filósofos. El último gran teórico fue Avicena, médico y filósofo, que incluyó en sus obras largos capítulos sobre música. Su aportación radica en la detallada descripción de los instrumentos usados entonces y en el tratamiento de puntos de teoría musical griega que no se han conservado. 

Por su parte, el filósofo Al-Farabí sobresalió tanto en la teoría como en la práctica. Varias tradiciones nos aseguran que durante una fiesta nupcial, Al-Farabí podía tocar el laúd hasta hacer que el auditorio prorrumpiera en risas, derramara lágrimas o se durmiera. Igualmente aseguran que inventó el rabab o rabel y el qanún o cítara pulsada, aunque es muy posible que se limitara a mejorarlos. También destacó en el género, entre sus contemporáneos almorávides, el antes citado zaragozano Ibn Hayya conocido entre los cristianos como Avempace.

Los diversos ritmos y melodías surgidos de la escuela cordobesa forjada por Ziryab, como las zambras, pasarían después al continente americano con los moriscos y se transformarían en posteriores danzas. Asimismo, en Al-Ándalus el canto mozárabe había suplantado en las iglesias al visigodo. Fue muy grande la influencia de la música andalusí en las famosas Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio (años 1221-1284). Este repertorio de más de cuatrocientas canciones tiene textos en galaico-portugués y se presentan la forma de zéjel.  

vista lateral del actual Palacio de las Veletas en Cáceres

La música clásica que se escuchaba en Al-Ándalus se abrió paso en Oriente a partir del siglo XIII con el canto de la muwassaha o moaxaja ya antes citada, llegando a crear su propia escuela. Esta composición fue creada por el poeta Muqqadam Ibn Al-Mu'afa, apodado Al-Qabrí por haber nacido en la localidad cordobesa de Cabra a finales del siglo IX y quien fue más conocido como el Ciego de Cabra. 

La moaxaja, con Ziryab de pionero, rompe con la métrica rígida de la qasida árabe originaria de Oriente y se impone rápidamente, constando de cinco estrofas, que se dividen cada una en dos partes (precedidas de una introducción de dos o más versos). Su interpretación corría a cargo de un solista y de uno o dos coros de hombres y mujeres. El último verso de la moaxaja se escribía en lengua romance y se le conocía con el nombre de jarcha o jarya.

El polígrafo granadino Ibn Al-Jatib en una de sus últimas obras, la Nufadat al-ÿirab fi'ulalat al-igtirab, que se traduce como Sacudida de alforjas para entretener el exilio, relata una recepción en Alhambra, ofrecida por el sultán nazarí Muhammad V en el año 1362, durante la fiesta de inauguración de varias salas de la fortaleza "Al acabarse las recitaciones subió de tono el tumultuoso ruido del dhikr, que rebotaba en unas y otras paredes, duplicado por el eco de la nueva construcción". Con la capitulación del último rey nazarí de Granada, Muhammad XII, más conocido como Boabdil el Desdichado, todo este caudal musical se vio desplazado en la memoria de los andalusíes a tierras del Magreb.

ventana de alcoba en la Torre de las Infantas, Alhambra

En cuanto a los instrumentos musicales, los aportados por los musulmanes sustituyeron en la península, y por tanto en Europa, a la exigua variedad y primitivismo de los previamente existentes. Entre los principales pueden citarse a la cítara, el dulcémele, la guitarra, el laúd, el pandero, el rabel, el timbal, etc. De estos derivarían otros que serían fundamentales en la evolución de la música europea, como el clavicordio y el piano, que tuvieron como antecesor el santur o dulcémele.

Dentro de los instrumentos de cuerda frotada, el más importante de ellos fue el rabel andalusí. Se le considera como el predecesor del violín, violonchelo y todos los demás instrumentos occidentales del mismo tipo. Su sonido, bajo y zumbante, se utilizaba tradicionalmente para acompañar la voz. Sin embargo, su actividad está desapareciendo en la actualidad, usándose sólo en el actual Marruecos y norte de África.

Lo primero que nos llama la atención de la música árabe es su peculiar sonido. Este sonido, tan diferente a la música occidental, se debe al fraccionamiento matemático de sus notas. Mientras que la música occidental, a la que tenemos acostumbrado el oído, se basa en la escala de una octava dividida en 12 semitonos, la música árabe se basa en una escala de una octava dividida en 24 cuartos de tono. A estas escalas o rangos o modos melódicos en función de los cuales se construyen las melodías se les llama maqam.


Las orquestas de música clásica andalusí usan instrumentos como el laúd (oud), el rabel (rabab), la darbuka, la pandereta (tar), la cítara (qanún) y el violín (kamenjah). Aunque, recientemente, se han ido añadiendo otros instrumentos. Se cree que un gran número de los instrumentos musicales usados en la música occidental derivan, por tanto, de instrumentos andalusíes como el laúd, el rabel, la guitarra, el adufe, la alboka, el añafil, la ajabesa, las castañuelas o la dulzaina, entre otros.

Existe una teoría acerca de los orígenes de las notas de solfeo que también sugiere su raíz árabe. Se ha dicho que las sílabas del solfeo (do, re, mi, fa, sol, la, sí) habrían derivado de las sílabas del sistema árabe de solmización Durr-i-Mufassal o Perlas separadas (dal, ra, mim, fa, sad, lam). El origen de esta teoría fue propuesto por Meninski en el año 1680 y más tarde por Alexandre de Laborde en el año 1780.

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