Albarracín

vistas de muralla de Albarracín

Albarracín, localidad situada en el suroeste de la provincia de Teruel, se divide en dos zonas: la parte antigua, la Ciudad, con sus casas colgadas sobre la hoz del río; y el Arrabal, situado en la vega del Guadalaviar. Su casco antiguo se encuentra construido sobre las faldas de la montaña, rodeada casi en su totalidad por el citado río Guadalaviar. Al norte se encuentra la sierra de Albarracín y al sur los Montes Universales. En sus alrededores nacen los ríos Tajo, Júcar, Cabriel, Jiloca y el mencionado Guadalaviar.

Albarracín, instalada en el interior de un meandro, es una ciudad de tipo espolón dentro de los tipos urbanos esenciales de Al-Ándalus. Tuvo su principal razón de ser en su posición geográfica, es decir, en la naturaleza del lugar donde se encuentra. No en vano está ubicada en un área que podemos considerar como nudo gordiano de la geografía española mientras que, a nivel hidrográfico, en estas sierras nacen ríos de las vertientes principales de la península. Además, una zona de montañas abruptas como ésta se presta a ser lugar de refugio, puesto que su accesibilidad se ve limitada por la topografía.

La puerta de la ciudad de Albarracín se abre sobre la vertiente menos abrupta, donde con el tiempo se desarrolló el ya citado arrabal. El espolón tiene la mayoría de las veces forma alargada, como también ocurre en Mértola, Cuenca o Ronda y condiciona la extensión de la ciudad. Vista desde el exterior, parece formada por un recinto único en el que una parte del trazado puede estar ausente cuando el relieve la reemplaza, pero el arrabal fortificado sigue siendo excepcional.

vistas de muralla y torre del Andador en Albarracín

Albarracín se encuentra situada cerca de la antigua ciudad romana de Lobetum. En época visigoda se denominó Santa María de Oriente. Los árabes llamaron al lugar Alcartam, que se derivaría del antiguo topónimo de Ercávida, y lo más probable es que pasara a denominarse más tarde Ibn Razín, nombre de una familia bereber de donde se derivaría su nombre actual. El topónimo procedería de Ibn o hijo de Razín, es decir, el lugar de los hijos de Razín. Esta familia bereber pertenecía a la tribu de los Hawwara, del tronco de los Butr, y debió llegar con los primeros contingentes musulmanes traídos por Tarik.

Las noticias primeras de esta ocupación son del siglo X. Hacen referencia a la lealtad de los Razín al califa cordobés, en episodios como las campañas de Abd Al-Rahmán III contra el tuyibí zaragozano, que estaba apoyado por la corte de León. El primer miembro citado de este clan de los Razín es Marwan Ibn Hudayl Ibn Razín, que aparece como jefe militar de la frontera en la campaña del año 955 contra el reino de León. Mezclados con los cristianos de estas tierras, los Razín desarrollaron la misma vida de montaña que antes tuvieron en sus tierras africanas, no impidiéndoles que el esplendor del califato les iluminara y culturizara, abriendo camino a su desarrollo posterior.

También se tiene referencia de los hijos de este primer Razín y de su hermano Yahya, cuando unos años más tarde piden al nuevo califa de Córdoba, Al-Hakén II, la renovación en la posesión del distrito que vienen gobernando. Dicho territorio puede precisarse teniendo en consideración los castillos que se referencian. En este sentido, el primero de ellos es Santa Mariyya Al-Sarqui, que llegará a ser Albarracín; otro es el de Hisn Al-Sahla o Castillo de la Llanura, identificable con la localidad de Cella, y que delimita el territorio que se extendía por la cuenca alta del Jiloca, entre esta localidad y Calamocha (hisn de Calamusa), y por el norte, el de Ródenas o Hisn de Rudinas.

panorámica de Albarracín desde la torre del Andador

En cualquier caso, el origen principal del asentamiento pudo estar en la fortificación de la peña del castillo, que sobresale de la plataforma rocosa del meandro de Albarracín. Con el crecimiento de la ciudad entorno a esta alcazaba, en el siglo X acabó amurallándose el escarpe perimetral de este meandro y se construyó al norte la torre del Andador, auténtico hito defensivo desde el que se controlaban, sobre todo, los accesos a la medina ya que dicha torre se sitúa en la parte más elevada del recinto defensivo. 

En un principio, esta torre del Andador fue una torre albarrana que no se unió al recinto amurallado hasta principios del siglo XI. Estando situada en el punto más alto, destaca por su forma, tamaño y situación visible desde cualquier ángulo. Se halla defendida por un foso artificial, excavado en la roca. Su obra es de construcción califal formando parte, junto con el Alcázar y la Torre de la Muela, del triángulo estratégico que hacía a esta ciudad difícil de tomar. Esta torre debía resistir las primeras embestidas del enemigo y hoy la encontramos sin almenas.

En el siglo XI, con la desmembración del califato cordobés, los Banu Razín se alzan como señores independientes de este territorio, ligando su nombre para siempre al de la ciudad. Santa María de Levante pasa a denominarse Santa María de los Banu Razín, para convertirse finalmente en Santa María de Albarracín. Fue éste un siglo de progreso para la ciudad, propiciado por la liberación del pago de tributos al poder central de Córdoba, aunque sus monarcas taifas se vieron obligados al mantenimiento de un precario equilibrio entre sus poderosos vecinos, con los que se aliaban según conveniencias al objeto de mantener su independencia. 

la torre del Andador en la muralla de Albarracín

Fue en este período cuando la ciudad creció hacia el norte, hasta prácticamente los actuales confines, recreciendo a su vez la muralla que cerraba esta ampliada medina, hasta converger en la construida con anterioridad, la ya citada Torre del Andador. Así, el castillo fue transformado en la alcazaba del nuevo soberano de la taifa. Las excavaciones arqueológicas han permitido descubrir en la parte más alta del castillo un edificio de grandes dimensiones con patio central que correspondería a la residencia principal de la alcazaba taifa.

El elemento urbanístico más interesante de este ámbito corresponde con el hammam, dotado de una cámara inferior para la circulación del aire caliente y una sala sobreelevada sostenida por pilarcillos. el conjunto se completa con la sala de fuego y la letrina. Su presencia dentro de la vivienda es un indicativo claro no sólo del estatus social de los inquilinos sino del propio aparato social de la corte taifa, ya que el agua tenía una gran importancia simbólica. Durante la segunda mitad del siglo XI se erige un complejo de viviendas palatinas en la ladera sur, formado por tres viviendas y una alhóndiga, contando todas con patio central enlosado y andenes, aunque destaca la casa II, dotada de un pórtico con tres arcos.

Por su parte, al haber ampliado la muralla, el primitivo Portal de Hierro quedó dentro del nuevo recinto y se abrieron tres portales: al este, el Portal de Teruel, del que no se conserva nada; al oeste, el Portal de Molina formado por dos torreones de planta cuadrada y, entre ambos, un arco de medio punto de gran dovelaje de sillería; y al sur, el Portal del Agua, construido para facilitar una salida de la ciudad en caso de asedio y para abastecimiento, quedando adosado a uno de los torreones de la muralla y protegido originalmente por la Torre de la Muela, de la que tampoco quedan hoy restos.

el portal de Molina en Albarracín

En la taifa de Albarracín se sucedieron hasta cinco soberanos independientes que gobernaron este territorio denominado Al-Sahla (La llanura). El primero, Hudayl Ibn Jalaf Ibn Lubb Ibn Razín, inició esta independencia en torno al año 1012, siendo un joven de unos 20 años cuando rompió con todo lazo de obediencia a Córdoba. Ibn Hayyan, historiador cordobés del siglo XI, le describía como "hombre guapo, de porte distinguido, noble linaje y valor a toda prueba". También sabemos que era vanidoso y que cometió la crueldad de dar muerte a su propia madre por haber sospechado de ella, sin que sepamos las razones de tal sospecha.

Al lado de tan execrable acción, son muchas las noticias que nos llegan de su valor personal y de su proverbial generosidad, así como de su trato afable que le permitía granjearse la simpatía de todos. El mismo Ibn Hayyan nos dice que mantuvo en su corte "la mejor orquesta de la época" y una prueba de su carácter generoso y su espíritu cultivado lo encontramos en el acto de pagar tres mil dinares de oro por la más bella y famosa mujer de su tiempo, a la que trasladó a Albarracín para dar entretenimiento y esplendor a su corte. 

Aquella mujer se había educado en la academia del músico cordobés Ibn Al-Qattani y de ella nos cuentan en su época "Nadie vio en su tiempo mujer de andar más gracioso, de silueta más fina, de voz más dulce, sabiendo cantar mejor, excelente en el arte de escribir, en la caligrafía, de una cultura más refinada, de una dicción más pura; estaba liberada de toda falta dialectal en lo que escribía o cantaba; tanto sabía de morfología, de lexicografía y de métrica (...)". Para acompañar a aquella beldad hasta Albarracín, Hudayl compró también un gran número de jóvenes reputadas por su talento, siendo todo ello muestra del refinamiento de su corte que le dio merecida fama.

portal del Agua en Albarracín

Desde el año 1045, en el que muere Hudayl (el primer soberano independiente), hasta el 1049, le suceden en el trono su hermano Abd al-Malik Ibn Jalaf y su hijo, el también llamado Hudayl Ibn Abd al-Malik. Sin embargo, el soberano que más tiempo permaneció en el poder fue el hijo de éste, llamado como su abuelo, Abd al-Malik Ibn Hudayl, que mantuvo su complicada soberanía, no exenta de ambiciones, hasta el año 1103. Un año más tarde, los almorávides deponen a su hijo Yahya, último de estos monarcas independientes y el panorama se ensombrece siendo la ruina de este centro cultural. 

Entre los cinco reinados taifas, destaca por su truculenta y larga gobernanza el penúltimo soberano, Abd Al-Malik Ibn Hudayl. La presión del avance cristiano en la península le llevó a pagar sustanciosos tributos tanto al rey Alfonso VI de Castilla, que acabó conquistando el territorio vecino de Toledo, como al Cid, con el que tuvo algunos encontronazos en su paso por las tierras del Jiloca en su decisiva conquista de Valencia. Fue un hábil político, que supo mantener la independencia frente a las presiones de sus vecinos y a la acción expansiva cristiana. También fue un poeta nada vulgar, que mantuvo correspondencia con otros poetas y visires de su tiempo.

Tuvo este Abd Al-Malik Ibn Hudayl en Albarracín una finca de recreo, la Almunia de las Fuentes, situada sin duda en una zona de la vega en la que abundan los manantiales. Allí, entre música, vino, cantares y bailarinas, a buen seguro se celebraban fiestas frecuentadas por poetas y artistas. Clara muestra del refinamiento de esta corte la tenemos en una hermosa joya aparecida en la propia vega, tratándose de una jarrita de plata con incrustaciones de oro, sin duda destinada a contener perfume y que, por la inscripción que porta, sabemos que fue dedicada por Abd Al-Malik a su amada Zahr o Flor.

restos de la alcazaba de época taifa en Albarracín

Ya con el gobierno almorávide, este territorio empieza a padecer las embestidas del reino de Aragón, que se harán con el corredor alto del Jiloca bajo el dominio del rey Alfonso I, en el año 1122. Ante la presión de los almohades, Albarracín acaba perteneciendo al reino musulmán de levante, con capital en Murcia, cuyo soberano Abu Abdala Muhammad Ibn Mardanis se convierte, a partir del año 1147, en el defensor de la resistencia andalusí frente al poder unificador de los almohades, y con apoyo de los reinos cristianos.

A pesar de estas circunstancias, y a juzgar por los restos hallados en las excavaciones del castillo, Albarracín continuará siendo un territorio próspero. A partir de finales del siglo XII, las viviendas de la ladera sur antes citadas son reocupadas, llevándose a cabo una amplia transformación del uso de los espacios, lo que pone de manifiesto un cambio social en los inquilinos. Y es que, cerrando el dominio islámico de Albarracín, Ibn Mardanis entregó este territorio en el año 1170 a un noble navarro, como agradecimiento en su apoyo en defensa a la causa andalusí, y truncando a la par las pretensiones del rey Alfonso II de Aragón, que acabó en ese mismo año conquistando Teruel, que no Albarracín. 

Pedro Ruiz de Azagra había estado al servicio de Ben Mardanis, el llamado Rey Lobo de Murcia y señor de todo el levante tras la desmembración almorávide. Cuando ya su reino iba a caer, Ben Mardanis debió hacer un pacto -al que seguramente no sería ajeno el arzobispo de Toledo- por el cual cedía este señorío a Ruiz de Azagra al haber estado éste a su servicio como hombre de armas. Así pasó Albarracín a ser un señorío cristiano. Para ello, Ruiz de Azagra se proclamará vasallo de Santa María y Señor de Albarracín, propiciando incluso la creación de un obispado.

vista parcial de la muralla en Albarracín

También el poderoso linaje de Lara ejerció su soberanía sobre la ciudad. Tras el fracaso de conquista por parte del rey Jaime I en el año 1220, fue el rey Pedro III de Aragón quien la conquistó en el año 1285 tras sitiarla, pasando a formar parte de la corona aragonesa en el año 1300 y otorgándole un fuero semejante al de la ciudad de Teruel. Tras el asedio al que fue sometido, el castillo será reconstruido y transformado, arrasando con todas las construcciones existentes en su interior. El nuevo alcázar, sede del nuevo poder real, se dota de dos nuevos edificios de planta rectangular junto a la muralla oeste y sur destinados a albergar la pequeña guarnición. 

El rey Pedro IV incorporará definitivamente Albarracín a la corona de Aragón en el año 1379. Por otra parte, la última ocupación del castillo de Albarracín está perfectamente atestiguada documental y arqueológicamente durante el último tercio del siglo XVI, cuando se instala un destacamento militar del rey Felipe II, que decidió acabar con sus fueros en el año 1598. Los documentos escritos testimonian la realización de obras de albañilería en el castillo, el cual había quedado abandonado. Tras este último episodio, la fortaleza de esta ciudad fue objeto de un profundo expolio y ruina.

Aún así, las calles estrechas y tortuosas, el ambiente oclusivo de los espacios urbanos y las técnicas constructivas, sobre todo en el empleo del yeso, son patente muestra de la herencia musulmana en Albarracín. También a esta herencia cultural se suman, entre otros, el cultivo de huertos y la vida en el campo. El conocido gusto del musulmán por la jardinería ha tenido su reflejo en el entorno de esta ciudad y su influjo lo encontramos aún en muchos huertos de Albarracín, tanto aprovechándose de sus frutos como para gozar del frescor y la fragancia de sus plantas en los rigores del verano.

torres circulares en el llamado castillo de Albarracín

De su influjo han quedado también los sistemas de riego y, sobre todo, las norias. Éstas, por desgracia, cada día en número más reducido. Recorriendo las márgenes del río en las inmediaciones de la ciudad, nos sorprende el sabio aprovechamiento de cada rincón de tierra cultivable que queda entre las agrestes paredes rocosas del cañón por el que discurre el Guadalaviar. Para el riego y mejor cultivo de estos minúsculos huertos, el uso de azudes, acequias y norias, dan buena muestra de una tradición heredada del pasado islámico de esta tierra.

No hay comentarios: